Por INÉS GORBEA / Secretaria de Ambiente porteña
Cuenta Juan Forn en su artículo titulado “El pabellón de los helechos arborescentes”, que el neurólogo inglés Oliver Sacks tenía 8 años cuando fue con su madre a los jardines de Kew, el Botánico al sur de Londres. Y que en el pabellón de los helechos arborescentes que alcanzan los 9 metros de altura, el niño se perdió. Un guardia lo encontró antes de que el botánico cerrara y cuando su madre fue a abrazarlo, el niño le preguntó: ¿podemos volver muchas veces?
Mucho tiempo después, a sus 65 años, recorriendo el Botánico de Brooklyn se sumó a una reunión de aficionados a los helechos. Ninguno de los que participaban de la reunión sabía nada de botánica ni eran eruditos en temas ambientales, sin embargo, cuenta Forn que Sacks encontró en esas reuniones una fe. Que cada tercer sábado del mes acudía a ellas religiosamente.
Resulta evidente que los objetivos que movilizaron a Carlos Thays a crear nuestro magnífico Jardín Botánico fueron científicos, paisajísticos y también recreativos. Su vasta obra, que nos legó con una visión vanguardista, quería crear un espacio de contemplación, de paseo y de investigación. También de ocio y de esparcimiento. Entendía que los jardines no tenían que ser exclusivos de las clases altas y creó entonces espacios colectivos con juegos infantiles, gazebos para bandas musicales, áreas deportivas, mezclados con caminos, rotondas, puentes y lagunas. Thays imaginó lugares donde se pueda observar nuestra vegetación autóctona, donde se desarrollen actividades científicas y de investigación. Pero no solamente eso. Imaginó lugares donde haya encuentros. Lugares convocantes y de convivencia. Lugares donde haya vida.
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No hace mucho tiempo pudimos ser observadores de cómo las ciudades desplazaban las actividades de ocio, recreativas o de encuentro a otros espacios privados como clubes, gimnasios o shoppings. La pandemia nos dio una oportunidad y, primero por necesidad y luego por gusto, volvimos a descubrir en aquellos parques, jardines y plazas lugares donde poder encontrarnos. Donde poder compartir, convivir y ser parte del entorno con otros.
Así lo entiende el Real Jardín Botánico de Madrid, donde se puede disfrutar de conciertos durante las noches de primavera, o campamentos infantiles. Los niños pueden probar su valentía con actividades como escalar árboles o tirolesas en el Botánico de Londres. El Botánico de Berlín se transforma en el país de las maravillas a través de innumerables luces y sonidos.
Así lo entendemos también desde la Secretaría de Ambiente, invitando y acercando a nuestro querido Jardín Botánico con diferentes propuestas tanto gratuitas como aranceladas. Así lo entendemos con las noches de cine bajo las estrellas, las visitas guiadas al jardín de mariposas, las actividades para toda la familia en estas vacaciones de invierno, o con las luces y sonidos que invitan a descubrir los secretos ocultos de nuestro jardín.
Porque pensamos, como Thays y en honor a él, que no debe ser un lugar para pocos. Porque queremos que lo sientan propio no sólo los que viven en sus alrededores. Porque estamos orgullosos de nuestro jardín y porque queremos que cada vez sean más los que lo visiten y conozcan. Para que cada vez sean más los que puedan disfrutar de su naturaleza y de su paisaje. Para que cada vez sean más los que descubran la visión inigualable de su fundador. Para que investigadores y científicos proyecten en él sus tareas. Para que niños y adultos mayores se encuentren en un entorno soñado en pleno barrio de Palermo. Para que imaginen un futuro. Para que descubramos que lo más interesante es lo que tenemos en común con los demás. Para que haya, cada vez, más vida.
Y para que cada vez sean más los que al irse, le pregunten al de al lado si pueden volver muchas veces.