¿Cómo hizo Alemania para terminar con el adoctrinamiento?

Por MARINA KIENAST / Legisladora porteña por Republicanos Unidos

Alemania es considerada un ejemplo de institucionalidad en el mundo debido a su estabilidad política y económica, respaldada por una constitución sólida, un sistema representativo de gobierno estable y una sociedad civil involucrada. Sin embargo, esto no fue siempre así y no hay que ir muy atrás en el tiempo para comprobarlo.

Pero entonces, ¿cómo hizo un pueblo donde ha proliferado un movimiento político y social tan oscuro como el nazismo, para estar hoy entre las naciones que más garantizan una protección efectiva de los derechos y libertades individuales?

En la Alemania de posguerra, en el ámbito de la educación, tomó mucha fuerza la rama de la “educación política”, un campo que cobró impulso con la idea de lograr la “reeducación y desnazificación” de la sociedad alemana, bajo la idea de prevenir gobiernos totalitarios como el nacionalsocialismo.

Si bien luego de mucha resistencia de la comunidad educativa ésto fue abolido, dicho enfoque siguió siendo incluido en las currículas escolares como una materia dedicada enteramente a la formación para la democracia.

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Por varias décadas continuaron los debates acerca de lo que debía entenderse por educación política y surgió una división entre aquellos que consideraban su objetivo ligado al Estado y al aprendizaje de su funcionamiento, y quienes consideraban una “educación en sociedad” como educación integral para formas de convivencias democráticas.

Finalmente la segunda interpretación fue la que predominó y poco a poco se establece como un campo autónomo dentro de la pedagogía. A pesar de esto, la educación política continuó estando sujeta a fuertes discusiones y conflictos políticos, llegando a su momento de mayor tensión a finales de la década del 60 y principios del 70.

Periodo caracterizado por una polarización política en aumento entre el Partido Socialdemócrata (SPD) y la Democracia Cristiana (CDU-CSU), que pronto se trasladó a las aulas.

Una vez más hubo una confrontación ideológica sobre los objetivos de la educación política: ¿la educación política debía apuntar a la ciudadanía democrática, a la autonomía subjetiva, a la transformación social, a la crítica al capitalismo o a la integración y asunción de los roles sociales?

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Esta situación perduró hasta que en 1976 se convocó en la localidad de Beutelsbach a pedagogos y docentes que dedicaban su trabajo a la educación política. El objetivo era debatir e intentar llegar a un consenso entre todos los partidos políticos para resolver el conflicto y prevenir que su historia volviera a repetirse.

La amenaza de que su pueblo fuera nuevamente cooptado por un líder o aparato autoritario era escalofriante. El resultado de este encuentro devino en un gran consenso sobre la importancia de una enseñanza en un marco ético que garantice el respeto a la autonomía y que promueva el pensamiento crítico dentro de las aulas.

Supone los beneficios de dotar a la educación pública de una apertura para la pluralidad de opiniones para lograr una comunidad libre y democrática. El llamado Consenso de Beutelsbacher: tres principios, de sencilla comprensión y aplicación, que resumo a continuación:

Punto 1: prohíbe “abrumar al alumno con objeto de lograr su adhesión a una opinión política determinada.” Utiliza la expresión “sorprender al alumno…con la intención de que adopte las opiniones deseadas por el enseñante, impidiendo que pueda formarse su propio juicio”.

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Punto 2: dispone que si en las ciencias y en la política una cuestión resulta controvertida, así tiene que ser tratada en el aula. No pueden pasarse por alto posturas divergentes, ignorarse opciones ni dejar de discutir alternativas. El docente debe elaborar presentar muy particularmente aquellos puntos de vista y alternativas que a los alumnos que por su origen político y social específico, les son ajenos.

Punto 3: apunta a que el alumno pueda estar en condiciones de analizar una situación política concreta y sus intereses más fundamentales, así como buscar las soluciones más adecuadas para influir sobre la situación política existente en el sentido que marcan sus propios intereses.

Está claro que a mayor formación cívica, menor el peligro de manipulación, adoctrinamiento y de politización partidista. Si los alumnos adquieren la capacidad para la tolerancia y el diálogo, estarán mejor preparados no solo para su desarrollo ciudadano en el proceso de formación de la voluntad democrática, sino también para una convivencia pacífica y respetuosa de las convicciones políticas, religiosas o ideológicas de otros.

Como brevemente relaté, los alemanes probaron una primera receta para “desnazificar” su sociedad y se dieron cuenta de que no era ese el camino. Porque batallar el adoctrinamiento -o des-adoctrinar- con más adoctrinamiento del otro lado no es la forma.

Eso es lo que hicimos durante toda nuestra historia en la Argentina. El peronismo adoctrinando, luego el intento de desperonización y proscripción, seguido de la romantización del terrorismo para luego desmilitarizar nuestra sociedad. Vivimos en el supuesto de que el otro es el enemigo.

Hoy nuestras escuelas están cooptadas por el adoctrinamiento de izquierda y kirchnerista. No hay jurisdicción que se salve. Y los establecimientos de formación docente públicos a lo largo del país, son centros de producción de muchos docentes adoctrinadores.

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Sin duda existen muchos otros que no comulgan con la idea de inyectar ideologías a presión en la mente de los alumnos. Pero estos y muchos otros docentes se quedan en silencio, se autocensuran, atemorizados por un sistema sindicalizado, que los amenaza con aprietes y represalias mafiosas.

Que quede muy claro, acá no se está juzgando una manera de pensar: se condena que se pretenda imponer una sola manera de hacerlo. Si bien nuestra historia no atravesó los horrores del pueblo alemán, en menor escala tuvimos episodios en los que nuestras diferencias ideológicas derramaron sangre de muchos argentinos.

Creo que es un buen momento para que nos juntemos todos aquellos que sinceramente queremos formar ciudadanos pensantes, libres y responsables y demos el primer paso para la búsqueda de un consenso.

Un consenso más allá de los partidos políticos, de los fanatismos caudillescos que nos enceguecen, un consenso básico y sencillo de que los niños y niñas de Argentina tienen el derecho de aprender a pensar, formar sus propias opiniones y vivir en libertad. Alemania puede servirnos de evidencia de cómo se eliminaron los fundamentalismos de las escuelas para educar ciudadanos libres.

¿Podremos nosotros ir más allá de nuestros egos e intereses para ponernos a disposición de los chicos? La grieta, el odio social y la miseria no se terminan con discursos vacíos. Se termina con educación.