Por MARIO RIORDA / Consultor político
Perdón, cultores de la pura positividad. No fue hace mucho: tres reflexiones incómodas recientes.
1. Hace un año se acuñó el término “”permacrisis””: un período prolongado de inestabilidad e inseguridad. Shocks, contrapoderes, incertidumbre. Órdenes que se rompen. Valores que se trastocan. Urgencias que lo eran, pero no se reaccionaba ante ellas. El estado de múltiples crisis que se derivan de anteriores crisis, la sensación vertiginosa de dar tumbos de un evento sin precedentes a otro.
2. Tahsin Saadi Sedik y Rui Xu elaboraron un índice de malestar social que cuantifica la probabilidad de protestas como consecuencia de catastrofes. Desde 1985 y en 130 países, relacionaron estallidos sociales con 11.000 diferentes acontecimientos (inundaciones, terremotos, huracanes, epidemias, pandemias).
¿Conclusiones? El máximo riesgo de crisis política es a los dos años del pico de los eventos donde se manifiestan las fracturas sociales: falta de protección social, desconfianza en las instituciones, percepción de incompetencia de los gobiernos. A más largo plazo, el malestar social se dispara y aumenta lo antigubernamental.
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3. Arjen Boin y Patrick Lagadec tipificaron características de las nuevas crisis públicas:
grandes impactos y grandes poblaciones afectadas;
costos económicos muy altos;
problemas genéricos y combinados sin precedentes que afectan los recursos vitales;
dinámica de bola de nieve debido a una multitud de fenómenos de resonancia;
sistemas de emergencia que reaccionan con el pie equivocado y procedimientos obsoletos;
incertidumbre extrema; una larga duración con amenazas que se transforman con el tiempo;
un gran número de actores y organizaciones que irrumpen en escena;
problemas críticos de comunicación. Incluso imaginan crisis o colapsos futuros a gran escala con cambios irreversibles.
Estos estados se ven en Argentina. El país cruje y el desafío de salida u oferta electoral no es nada positivo. En un escenario de tercios electorales, dos grandes miradas estratégicas articulan la oferta: el miedo o la ira.
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El miedo es una noción escéptica ante la falta de esperanza. La ausencia de perspectiva de prosperidad. Padres y madres que no ven escenarios promisorios para hijas e hijos. Ellos que, en potencialidad migratoria, ocho de cada diez quisieran irse del país, según la Medición de Calidad de Vida en Pueblos y Ciudades.
No es un miedo subjetivo: se expresa del peor modo culpando a la alteridad, como bien describe Martha Nussbaum. Pensar cuesta. Mejor temer y culpar a diferentes, a otros. Ese miedo angustia, demoniza. Apocalíptico y vengativo, es egoísta, imprudente y antisocial. La potencia del miedo como emoción primaria es tal que, cuando actúa en toda su magnitud, desplaza o minimiza a todas las otras emociones.
El miedo al caos social es la base ideológica clásica de la legitimación de un status quo. La cultura del miedo es un mecanismo de autolegitimación del poder. La estrategia de las dos coaliciones políticas, Frente de Todos y Juntos por el Cambio, se sostienen en el miedo mutuo.
Miedo desde el Frente de Todos a que gane la derecha, miedo desde Juntos por el Cambio a que siga el populismo. Pero hay un nuevo miedo: el abismo, la radicalización de La Libertad Avanza. El miedo está siempre dispuesto a ver las cosas peores de lo que son, afirmaba Tito Livio. ¿Suena exagerado hoy?
Con La Libertad Avanza, las dos coaliciones redirigen parte de su miedo, máxime en la chance cierta de que esta nueva fuerza tenga un protagonismo electoral destacado en las elecciones por venir. Ni imagino si entra al balotaje.
También la ira se hace presente. Aristóteles la describía como la creencia que tenemos de haber sido indignamente ofendidos, lo que produce un sentimiento de dolor, así como un impulso de venganza.
Definiciones contemporáneas la describen como una emoción primaria cuando alguien es bloqueado en la consecución de una meta o en la satisfacción de una necesidad.
Klaus Scherer entiende que la ira aparece tras eventos valorados como obstáculos considerados inmorales y muy injustos. Y causados por otros. Por ello acarrea la presencia de cogniciones de adversidad o contrariedad. Una respuesta a la frustración. La ira es energía. Incita. Lleva a una nueva interpretación de eventos o situaciones y a una nueva valoración sobre las normas (y su potencial violación).
Desde la psicología clínica, la ira bien puede ser un determinante causal de la agresión. Las investigaciones de Charles Spielberger y otros colegas permiten ver un continuo: “ira-hostilidad-agresividad”. Muchas voces la entienden como una respuesta al displacer emocional asociado a la problemática de las relaciones interpersonales. Son conductas agresivas verbales o físicas.
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La grieta es un fenómeno de ira cruzada entre dos coaliciones. Se vive mal con ella. La híperideologización corroe las instituciones básicas de la socialización (familia, trabajo, educación, recreación). Se sufre. Y encima la fuerza política emergente en Argentina, La Libertad Avanza, es fruto de la ira.
Su líder manifiesta estéticamente la ira. Si gana amenaza con superar los “obstáculos” democráticos con plebiscitos sustentados en la ira. Sin “nada que negociar” (Villarruel dixit). La ira es consecuencia, pero también el estilo de la oferta política en este caso. Nunca mejor que Theodore Lowi: el estilo es una definición de gobernabilidad.
¿Aprendemos de las crisis? Con la psiquiatra Silvia Bentolila planteamos dos miradas de cuánto se puede aprender de una crisis.
La pesimista, sostiene que las condiciones de la crisis hacen difícil sino imposible el aprendizaje.
Miedo que merma el rendimiento intelectual, experiencia del pasado como punto ciego, la necesidad de sobrevivir en el presente. Y otra optimista: una crisis permitiría descongelar formas arraigadas de pensamiento, salirse de rutinas. Interpela las tendencias de las estrategias conservadoras antes que reformistas que intentan reparar antes que reformar o mitigar, sobrevivir antes que afrontar el cambio. Con ira y con miedo, será difícil ver la salida a las crisis. Será difícil aprender. Será incómodo el cambio.