Por GONZALO SARASQUETA / Director del Máster Oficial en Comunicación Política y Empresarial de la Universidad Camilo José Cela
Fracasó la dirigencia, ganó el sistema. Después de (casi) 22 almanaques, vuelve la bronca social a la Argentina. La diferencia radica en que, esta vez, lo hace a través de las urnas. Hoy, el malestar tiene un representante, alguien con asiento en la Cámara baja. Es el festejo austero de nuestra democracia en su cumpleaños número 40. Solo eso. No hay plata para un homenaje más digno.
Asistimos a un 2001 con dueño. Se llama Javier Milei, y ya no da vergüenza votarlo. Repetimos la tragedia social y económica, pero le ponemos apellido al descontento. “Que se vayan todos, que quede uno solo”, sería el hit del tercio electoral que pide resetear el país. La mecha, hasta el domingo, creíamos que la sostenía una minoría intensa. Ahora ya sabemos que es un fenómeno escalable. Rompió la espiral del silencio y va por todo el 22 de octubre. Incluso, el ausentismo.
Más que un candidato ultraliberal o de extrema derecha, Milei es un sintetizador de emociones negativas. Sería erróneo pensar que estamos ante siete millones de lectores de Hayek. Dentro de él, laten la impotencia, la ira y la angustia de una sociedad que vio y probó (casi) todo. Ese es su principal mérito. De ahí a que pueda convertir esa desazón en un proyecto viable de gobierno, es otro tango. Los mercados ya avisaron. Prefieren una mala certeza que una rabia desestructurada.
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Es cierto que la campaña de La Libertad Avanza falló en el nivel superestructural: invertebración territorial en el interior, incoherencia en el armado de listas, traiciones a cielo abierto, supuesta venta de candidaturas, etc. Sus pasillos fueron bastantes polémicos. Maslatón es testigo. Pero ahí solo llega el microscopio del círculo rojo. La sociedad ve reels. Nos cuesta el doble clic, y más si es para husmear la interna de un partido político. Para eso tenemos Succession.
De la puerta para afuera, la estrategia comunicacional de Milei fue contundente. El economista empatizó con la gente. Su voz ronca, sus mejillas coloradas a punto de explotar, su respiración agitada y su verbo encabronado conformaron una performance al límite, como el día a día de la mayoría de los argentinos. La sociedad se cansó de los espejismos y eligió un espejo.
A esa irritación Milei la tomó de la mano y, en 16 provincias, la condujo hasta su contradestinatario, la famosa “casta”. Un término tan sencillo como potente. Poco importa que el copyright pertenezca a Pablo Iglesias, fundador de Podemos, la fuerza nac & pop en España. Acá lo fundamental era articular un contrarrelato que explicase la caída libre de una nación que tuvo índices (y sueños) de país desarrollado.
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Y en una cultura hípervisual como la actual (pensemos en todas las aplicaciones que tenemos en el celular), el libertario desplegó una estética disruptiva que captó la atención social. Logró que lo miraran un poco, todo un lujo en este contexto inflamable. Podrá gustarnos o no, pero nadie es indiferente a su repertorio simbólico: el león en llamas, la campera de cuero, el pogo con los pibes, la testosterona liberada, el chaleco antibalas. Poco que envidiarle a un show de WOS.
Tanto en el “qué” como en el “cómo”, Milei se posicionó como lo nuevo. Le arrebató el activo temporal a Juntos por el Cambio. El dispositivo creado por Mauricio Macri ya forma parte del inventario político argentino. Junto al peronismo, que luce oxidado y cada vez más desorientado en este capitalismo cognitivo, son el statu-quo.
A todo esto, hay que sumar lo más importante: la cotidianeidad de la gente. Como suele decir la profesora e investigadora Adriana Amado: “La experiencia pesa más que el mensaje”. ¿Qué quiere decir esto? Que góndola mata spot electoral. Si voy al almacén de la esquina y la yerba mate vale el doble, poco pueden hacer el big data y los focus group. Sumémosle a eso el miedo con el que fuimos a hacer la compra. Terminó la campaña electoral.
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Ahora, es válido dudar sobre si es conveniente que este rencor social encuentre un liderazgo o permanezca huérfano en la calle. Autoritarismo y caos son hipótesis peligrosas para cualquier modelo organizativo que aspire a la normalidad. Los resultados del domingo hablan bien de la permeabilidad de nuestro sistema representativo. Otro asunto es la solidez de nuestras instituciones democráticas: en caso de que Milei llegue a la máxima investidura, ¿serán capaces de resistir su afán “dinamitero”?
Es un problema cuando el dolor muta en poder. Son esos momentos donde confundimos víctimas con victimarios. Nos enojamos con los que eligieron resguardarse debajo del ala de un mesías. Optamos por el atajo de la crítica en vez de hacer autocrítica. Si un candidato como Javier Milei gana unas primarias es porque evidentemente hubo mala praxis del resto de las fuerzas políticas. Parece obvio. Sentido común, aunque en la Argentina lo perdimos hace tiempo. Quizás esa sea la crisis más aguda.