Por JORGE ARGUELLO / Ex Embajador Argentino en Estados Unidos, Portugal y la ONU
Con el retiro intempestivo de Argentina de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29) de Bakú, el gobierno del Presidente Javier Milei insiste en ejercer lo que algunos internacionalistas definen como “anti diplomacia”.
En las páginas de este diario, recientemente -y en alusión a ese concepto-, Juan Gabriel Tokatlian señaló que éste fomenta “coaliciones y alianzas ideológicas entre semejantes, con figuras que están en el poder, han estado al frente de un gobierno o compiten electoralmente”. Clarísimo.
Aquella decisión del gobierno nacional rompe una larga tradición de participación de la Argentina en las COPs, de las que fue sede dos veces, ambas en Buenos Aires, en 1998 (COP4) y en 2004 (COP10), y que deliberan cada año como establece la Convención de Cambio Climático de la ONU adoptada en Nueva York en 1992 y en vigor desde 1994.
Presidentes ideológicamente tan distantes como Carlos Menem y Néstor Kirchner gobernaban cuando Argentina fue el escenario de las deliberaciones sobre cómo financiar la lucha contra el calentamiento global. Ni antes ni después el país abandonó ese compromiso con la comunidad internacional.
Hasta ahora, el rol de nuestro país en las COPs había sido una demostración más de que, pese a nuestras crisis y desacuerdos políticos internos, la Argentina consideraba la lucha contra el cambio climático como parte de una política de Estado que, junto con otras también adoptadas con amplios consensos, definen una política exterior sólida al servicio del interés nacional.
Este retiro de Bakú no sólo debilita al resto de la región, con la cual compartimos fuertes intereses económicos y ambientales en la protección de nuestros recursos naturales frente al cambio climático, sino que favorece a las potencias que evaden sus responsabilidades, aun respetando los marcos formales de tratados vigentes.
Así, nuestro país viene a romper los consensos logrados. En su primer discurso ante la Asamblea General de la ONU, el presidente Milei acusó a la organización -de la que Argentina fue miembro fundador- de buscar “imponer una agenda ideológica”, en alusión a la Agenda 2030 de Desarrollo Sustentable.
Dijo entonces: “Estamos ante un final de ciclo. El colectivismo y el postureo moral de la agenda woke se han chocado con la realidad, y ya no tienen soluciones creíbles para ofrecer a los problemas del mundo. De hecho, nunca las tuvieron”.
Un simple examen histórico indica todo lo contrario, porque han sido las economías liberales y capitalistas más desarrolladas, desde el Reino Unido del carbón del Siglo XIX hasta el Estados Unidos de la era del petróleo del Siglo XX, las que más contribuyeron a la emisión de gases que hoy el mundo trata de frenar para evitar un desastre que la ciencia da por seguro si no cambia la matriz energética.
Pregunta pertinente.
Pero también se hace cada vez más pertinente la pregunta sobre qué tipo de política exterior está practicando el gobierno del Presidente Milei, quien ha proclamado a los cuatro vientos una alianza férrea con Estados Unidos e Israel, parte a su vez de una guerra abierta contra regímenes que define arbitrariamente como dictaduras comunistas.
¿Acaso el alineamiento con Estados Unidos anunciado por Milei desde su campaña electoral se ha develado ahora como un calculado seguidismo a Donald J. Trump, el presidente que retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París y promete repetir la maniobra apenas vuelva a la Casa Blanca? ¿Es casualidad que justo ahora nuestro país retire su misión de la COP 29?
El gobierno del presidente Milei se empecina, al igual que con otros aspectos de la realidad, en meter el complejo entramado global de intereses entre las rígidas paredes de un cubo ideológico.
Días atrás, Argentina fue el único país de la ONU que votó en contra de una resolución sobre los derechos de los pueblos indígenas para promover el acceso a la justicia, la protección del medio ambiente y la preservación de culturas y lenguas de los pueblos originarios. Poco después, nuestro país votó en marcada soledad en la Asamblea General de las Naciones Unidas (170 votos a favor, 13 abstenciones, un voto en contra) rechazando la adopción de una resolución sobre la prevención y eliminación de todas las formas de violencia contra mujeres y niñas.
El Presidente ya había exigido la renuncia de diplomáticos no alineados con “los valores fundamentales de la civilización occidental” y ordenó una auditoría en la Cancillería a la búsqueda de “promotores de agendas enemigas de la libertad”. Es todo lo contrario del consenso que demanda una política exterior en democracia.
Argentina, lo hemos dicho, necesita multiplicar sus vínculos, no reducirlos.