Innovar en educación

Por MARINA KIENAST / Legisladora porteña por La Libertad Avanza

uando pensamos en innovación, tendemos a asociarla con grandes presupuestos, tecnología avanzada o equipos especializados. Sin embargo, la verdadera innovación no nace de los recursos disponibles, sino de la creatividad, la visión y la capacidad de transformar lo existente con lo que tenemos a mano.

Si miramos algunos de los avances más importantes en la historia, muchos surgieron en condiciones de escasez. Los inventores y emprendedores que han revolucionado el mundo no lo hicieron porque tenían acceso ilimitado a fondos, sino porque supieron ver más allá de las limitaciones. Fue su capacidad de pensar diferente, de aprovechar las oportunidades ocultas en los problemas cotidianos, lo que los llevó a cambiar paradigmas.

Y no hay que irse muy lejos para encontrarse con esto. A diario somos testigos de cómo empresas extranjeras vienen a captar talento argentino, ni más ni menos que por su capacidad de solucionar problemas, por su capacidad de hacer muchísimo, con poco.

Uno de los campos donde esto se vuelve especialmente necesario es en la educación. Innovar en el sistema educativo no debería depender de los recursos que tenemos, sino de la voluntad de transformar cómo enseñamos y aprendemos. Muchos de los modelos educativos que seguimos hoy en día se quedaron atrás frente a los desafíos del siglo XXI. Necesitamos nuevas formas de pensar la enseñanza, no hay tiempo para esperar planes magistrales de administraciones públicas de turno.

Lo interesante es que estos cambios no requieren de grandes presupuestos. Pequeñas innovaciones en el aula, como fomentar el aprendizaje basado en proyectos, el trabajo en equipo o el uso creativo de las herramientas tecnológicas disponibles, pueden marcar una diferencia significativa en la formación de las nuevas generaciones. Es más una cuestión de mentalidad y compromiso que de recursos.

En mis años como abogada, diputada y profesional en el ámbito público y privado, he sido testigo de cómo las ideas disruptivas pueden surgir en los entornos más adversos. En esos momentos, el factor clave no ha sido el dinero ni los recursos materiales, sino la habilidad de cuestionar el statu quo y de encontrar soluciones simples y efectivas a problemas complejos.

Esto no significa que los recursos no sean importantes, pero no deberían ser la excusa para detenernos. Al contrario, la falta de recursos puede ser el mejor combustible para la innovación, empujándonos a ser más ágiles, a colaborar de manera creativa y a buscar caminos alternativos que, con abundancia de recursos, podrían haber pasado desapercibidos.

Nuestro país, inmerso en la peor crisis social, económica y educativa de la historia, merece la oportunidad de aspirar un Norte ambicioso, un futuro brillante, y por eso debe abrir las puertas a quienes estamos dispuestos a encarar caminos desafiantes y sembrar semillas de progreso.

Pero estos caminos no son uniformes, no todos los argentinos parten del mismo escalón. En las escuelas podemos encontrar el lugar para reparar décadas de inequidades, si les damos la libertad de volcar la vocación y el compromiso de los equipos docentes y directivos a las necesidades de cada comunidad educativa.