Por PABLO AVELLUTO / Ex Ministro de Cultura de la Nación
La figura de Arturo Frondizi transmite un mensaje relevante para la Argentina contemporánea, especialmente bajo el gobierno de Javier Milei, porque representa una visión estratégica del desarrollo que supo conjugar modernización económica, pragmatismo ideológico y autonomía política. Analizar su legado en dos etapas —su recorrido previo a la presidencia y luego su gestión presidencial— ofrece lecciones valiosas sobre cómo enfrentar desafíos económicos y sociales sin caer en simplismos ni extremos ideológicos.
Frondizi antes de la presidencia: el pragmatismo como herramienta política
Antes de llegar al poder, Frondizi se destacó como un intelectual con una visión estructuralista del desarrollo. Influido por el pensamiento de la CEPAL, creía que el subdesarrollo argentino no podía revertirse sin una profunda industrialización. Aunque provenía del ala desarrollista de la Unión Cívica Radical, demostró que el camino al poder requería alianzas pragmáticas. En ese sentido, su pacto con Perón en 1958 fue un acto audaz, entendiendo que solo integrando a los sectores mayoritarios se podría lograr estabilidad social y un proyecto transformador.
Este episodio ofrece un mensaje potente para la Argentina gobernada por Milei: el desarrollo no puede lograrse desde la confrontación continua ni desde la exclusión de sectores sociales o ideológicos. Frondizi entendió que un líder debe trascender divisiones rígidas para impulsar un proyecto de largo plazo.
La presidencia de Frondizi: un modelo de modernización compleja
Ya en el gobierno (1958-1962), Frondizi buscó llevar adelante una política de industrialización sustitutiva de importaciones y desarrollo energético, atrayendo inversión extranjera en sectores estratégicos. Su apertura al capital internacional y la firma de contratos petroleros fueron decisiones controvertidas, pero alineadas con su idea de autonomía económica: Argentina debía dejar de depender de la importación de petróleo para avanzar hacia la autosuficiencia energética.
Frondizi también demostró una capacidad para navegar entre presiones internas y externas, al enfrentar tanto la oposición sindical y de los sectores más conservadores como las injerencias militares. Sin embargo, su caída en 1962 reflejó los límites del reformismo en un contexto polarizado, donde los cambios estructurales generan resistencias tanto en los actores tradicionales como en los sectores emergentes.
El contraste con el anarcocapitalismo de Milei
El mensaje que Frondizi ofrece hoy es una advertencia contra las fórmulas simplistas que prescriben un Estado mínimo y una desregulación total. Mientras Milei promueve el desmantelamiento de la intervención estatal, Frondizi entendió que el desarrollo no se logra sin un Estado presente, eficiente y promotor del progreso. Su gobierno buscó un equilibrio: apertura al mercado global, pero con una clara orientación hacia la industrialización nacional y el desarrollo de infraestructura.
En un contexto donde la política argentina actual parece girar hacia extremos ideológicos —como el anarcocapitalismo que Milei propone—, la figura de Frondizi invita a reflexionar sobre la necesidad de combinar pragmatismo y visión de largo plazo. No se trata de destruir el Estado, sino de modernizarlo; no de eliminar el mercado, sino de regularlo para que sirva al interés nacional.
Una lección para el presente
Frondizi dejó como legado la idea de que el desarrollo es posible solo con una mirada estratégica e inclusiva, que supere las dicotomías simplistas. Su gestión demostró que es posible hacer alianzas amplias y aplicar políticas complejas sin abandonar los ideales de crecimiento y modernización. Para la Argentina contemporánea, su ejemplo invita a cuestionar el populismo y el libertarismo extremo, en busca de un modelo de desarrollo que combine mercado, Estado y justicia social.