Por VICTORIA MORALES GORLERI / Secretaria de Bienestar Integral de la Ciudad de Buenos Aires
El último censo realizado por el INDEC en el 2022 determinó que 7.450.791 de las personas que viven en Argentina tienen más de 60 años, un 16,24% de la población. En la Ciudad de Buenos Aires, este fenómeno se acrecienta: con un 23% de la población mayor de 60 años, es la jurisdicción más envejecida del país.
Detrás de estas cifras hay personas que transitan esta etapa de la vida muchas veces de manera compleja, no sólo por la salud que puede verse deteriorada sino también por el olvido o el descarte que sufren por parte las sociedades modernas o incluso ante la precariedad económica en la que intentan subsistir.
Esta realidad nos exige serios replanteos en cuanto a la forma en la que es concebida la vejez y a la efectiva contención social que merecen tener y sobre la que debemos trabajar. Somos conscientes de que, a menudo, esta etapa de la vida es vista con condescendencia, reduciendo a las personas mayores a una imagen de fragilidad y pasividad.
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Sin embargo, la realidad es mucho más rica y diversa. Las personas mayores practican deportes, viajan, se enamoran y llevan a cabo proyectos personales de lo más variados. La vejez no debe ser sinónimo de limitaciones, sino de experiencia, sabiduría y nuevas oportunidades. Al cambiar nuestra perspectiva, podemos valorar el potencial y el rol activo que las personas mayores pueden tener en la comunidad.
Para ello, es necesario un Estado que acompañe y estimule una mirada distinta sobre esta etapa de la vida en toda su diversidad: mejorando el acceso a los servicios, conteniendo la evidente crisis y asistiendo en los casos que así lo requieran.
Esto implica nuevas responsabilidades y desafíos, pero también la oportunidad para diseñar e implementar políticas públicas que promuevan ciudades y comunidades amigables con las personas mayores, tendientes a mejorar su calidad de vida, a promover su desarrollo integral y a fortalecer sus potencialidades, en todas las dimensiones de su vida.
La Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores establece pautas para garantizar el pleno goce de sus derechos. Reconoce que las personas mayores tienen derechos igualitarios y deben ser protegidas contra la discriminación.
Promueve su autonomía y participación en decisiones que les afectan, así como el acceso a servicios de salud, educación y protección social adaptados a sus necesidades. Además, enfatiza la importancia de protegerlas de la violencia y el abuso, y fomenta políticas que impulsen el envejecimiento activo, promoviendo la inclusión y el bienestar.
Para garantizar estos derechos, debemos entender que hay una diversidad de personas mayores: todos envejecemos, pero no de la misma manera ni con las mismas elecciones de vida, y es necesario que los gobiernos tomen en cuenta esta diversidad a la hora de planificar e implementar políticas.
¿Cómo debemos abordar la soledad no deseada, una problemática creciente de relevancia mundial con impacto en la salud y el bienestar? ¿Qué herramientas son necesarias para garantizar la protección de los derechos de las personas mayores? ¿Cómo acompañar la vejez en los sectores más desfavorecidos de nuestra población? ¿Cuál es la forma más eficaz de otorgar asistencia y cuidados a quienes se encuentren en situación de vulnerabilidad física y social?
Con una expectativa de vida cada vez más larga y una longevidad cada vez más activa, muchas personas mayores eligen o tienen la necesidad de encarar nuevos proyectos de vida, por eso es también es fundamental impulsar iniciativas que acompañen el desarrollo de quienes quieran continuar en el mercado laboral con propuestas de asesoramiento en emprendedurismo y desarrollo de habilidades diversas.
De la misma forma, es necesario fomentar la inclusión digital y el uso independiente de herramientas tecnológicas, para que no queden fuera de un mundo que se actualiza constantemente.
Este Día Internacional de las Personas Mayores, es una oportunidad para romper estereotipos y comenzar a ver a las personas mayores como verdaderos agentes de cambio: su participación es crucial para enriquecer el tejido social, aportando experiencia y un sentido de continuidad a las nuevas generaciones. La atención y sensibilidad hacia la realidad que viven las personas mayores es también la clave para reconocer el lugar trascendente que ocupan en la vida comunitaria.
Se trata en definitiva de un espacio que la sociedad entera debe mirar y abrazar, porque es precisamente el lugar hacia el que todos caminamos y desde donde lograremos siempre resignificar nuestra historia como personas individuales y como pueblo.