Javier Milei, la casta y la castidad

Por GUSTAVO MARANGONI / Consultor político

Unificar a toda la dirigencia como casta en la narrativa y dividirla en segmentos para negociar. Allí parece residir la fórmula que encontró el Gobierno para acercarse a la posibilidad de alcanzar sus dos primeras leyes y terminar con la virginidad en la materia. Paradojas de la política: para que pierda la casta, el Gobierno debió perder la castidad.

El relato del shock para anabolizar a su núcleo duro y la realidad del gradualismo para aprovechar las divisiones de la oposición, particularmente la de la llamada “dialoguista”, integrada tanto por las fuerzas dispersas de Juntos por el Cambio como por los partidos provinciales. También debe tenerse en cuenta el comportamiento puntual de algunos integrantes de Unión por la Patria, que en ciertos temas (como el RIGI) votaron impulsados por los intereses específicos de sus distritos.

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Una receta de los oficialismos de cualquier color partidario y de cualquier nivel de gobierno (nacional, provincial o municipal) que no se gasta nunca: separar oportuna y convenientemente lo que se dice de lo que se hace para responder a las necesidades que la coyuntura impone. La clave está en ir articulando el ángulo del giro pragmático mientras se avanza paso a paso en la dirección elegida. En este caso, el Presidente es la encarnación de la astucia que la razón ha encontrado en la Argentina para llegar a un nuevo punto de equilibrio en la relación estado-mercado.

A propósito, resulta muy interesante el último trabajo realizado por la Consultora Escenarios, de Federico Zapata y Pablo Touzón, a partir de una encuesta nacional que refleja la opinión favorable por parte del 49% de los entrevistados a la afirmación: “Hay que quitar todas las restricciones a las importaciones para bajar los precios del mercado local”. Sólo un 35% responde negativamente, lo cual marca un cambio en las preferencias respecto a la relación público-privado.

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En este contexto específico se da la prédica maximalista de Javier Milei, que incluye topos, terminators, y otras extravagancias, pero que no impide a sus funcionarios (al menos al ministro de Economía y al jefe de Gabinete) convivir con cepos y regulaciones y dialogar y rosquear con gobernadores, diputados y senadores ajenos a las “fuerzas del cielo”.

Aunque las demandas de apertura son más amplias en la opinión pública, los proteccionistas tienen mayor peso específico en el Congreso de la Nación. Por lo tanto, hay que diseñar nuevas pautas de convivencia, tarea tan imprescindible como compleja. Y eminentemente práctica.

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De allí que la distancia entre la proclamada nueva política y la vieja sea más estética que ética. Sólo para la tribuna “la diferencia es moral”. Porque el tan denostado “toma y daca” hace a la esencia del arte de lo posible. En campaña se hacen promesas. En el Gobierno se redeterminan los parámetros de lo prometido todas las veces que sea necesario.

¿Por qué? Una buena respuesta la da Perón en Conducción Política: “En el arte de la conducción hay sólo una cosa cierta. Las empresas se juzgan por los éxitos, por sus resultados. Acierta el que gana y desacierta el que pierde. Y no hay otra cosa que hacer. Juzgamos todo empíricamente por sus resultados. Todas las demás consideraciones son inútiles”.

El Presidente se define bilardista. Quizás sea su forma de admitir que la única verdad es la realidad. Las enseñanzas de la escuela austríaca sirven para agradecer los premios otorgados por los talibanes de la batalla cultural. Para evitar que naufraguen los proyectos de ley se requiere de habilidad, negociación y pragmatismo.