Por MARIANO NARODOWSKI / Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella
Los resultados de las pruebas internacionales PISA 2022, los de las pruebas Aprender y los de la Ciudad de Buenos Aires, muestran que la pandemia y el cierre de escuelas no ha tenido las consecuencias previstas. La catástrofe anunciada no sucedió.
Al contrario, se observa que, en promedio, los resultados de aprendizaje de los alumnos están estancados y hasta en algunos casos hay un leve repunte respecto de los datos prepandemia.
A fines de 2021 el gobierno nacional abría el paraguas augurando un millón de alumnos menos, pero los datos oficiales no muestran pérdidas de inscriptos sino más bien aumentos en algunas provincias: en marzo de 2022, un ministro tuvo que salir corriendo a comprar pupitres por el aumento inusitado de la matrícula después del encierro.
Todos estos datos son contrarios a nuestras intuiciones y precisan una explicación clara.
La primera es que desde 2012, en las pruebas internacionales de aprendizaje, se observan caídas y estancamientos en la mayoría de los países, especialmente en los desarrollados.
Esto fue advertido antes del encierro y PISA 2022 muestra que la pandemia no generó fracaso escolar masivo sino que lo aceleró y evidenció. Los motivos no están claros, aunque da la impresión que las escuelas tal como la conocemos parecen mostrar un techo en sus posibilidades de enseñanza.
La segunda explicación indica que las pruebas educativas estandarizadas no serían tan confiables en contexto de cambios abruptos y violentos, como puede ser una cuarentena decretada de un día para otro.
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En otras palabras, puede que sean un termómetro preciso para tiempos normales, pero no para épocas de cambios sociales hiper-acelerados; por ejemplo, que no pueda mostrar bajas más fuertes que las usuales.
Entrando en Argentina, los datos indican que las modalidades pedagógicas durante el confinamiento no fueron tan malas como se asegura y que el accionar docente promedio fue positivo para el momento que se transitaba.
No parece razonable afirmar que el zoom, el whatsapp y hasta los cuadernillos ministeriales tengan cero influencia en impedir el derrumbe. Independientemente de los problemas del instrumento usado, es obvio que algo muy malo evitamos.
Esto no disimula los evidentes trastornos emocionales de chicos y adolescentes; apenas se centra en rebatir la existencia de una catástrofe pedagógica entre 2020-2022.
Y allí encontramos la gran pregunta: ¿es real el estancamiento de la educación argentina o es apenas una ilusión óptica provocada por pruebas que no pueden medir todavía “más abajo”, insensibles al deterioro brutal acaecido en las últimas décadas?
El colapso de la educación no es una imagen emocional sino un concepto preciso: un sistema colapsado en cualquier respuesta de sus circuitos genera una retroalimentación negativa que siempre hace decrecer sus rendimientos. El colapso de la educación es como el auto empantanado en la arena: cuanto más se acelera más se hunde.
Las pruebas estandarizadas miden a la educación argentina como a una estrella muerta hace millones de años que todavía nos regala su luz.
Nos mantiene entretenidos analizando datos que reflejan una realidad anterior, mientras lo que está comprometido es el futuro, si es que no hay una intervención anticolapso; un reseteo; un embajador del futuro o un hackeo del sistema que lo saque del actual empantanamiento y lo conduzca a tierra firme.