Por OSCAR MOSCARIELLO / Ex Embajador argentino en Portugal
Hay días en que el curso de la historia parece regirse por la Ley de Murphy, según la cual si algo puede salir mal, saldrá necesariamente mal y en el peor momento posible. Dicho de otra manera: las implicaciones del estruendoso regreso de la guerra a Israel lanzan afilados espinos contra la seguridad internacional
El primer efecto será inevitablemente local y ya está en marcha. Aquella que es a menudo descrita como la única verdadera democracia del Medio Oriente exige venganza por la barbarie que segó miles, de vidas dentro de su territorio, la mayoría inocentes civiles. La traducción política y religiosa del orgullo herido llevará a Benjamin Netanyahu -que regresó al poder gracias a una alianza con partidos ultraortodoxos y de extrema derecha- a encarnar posiciones aún más radicales y a exigir el respaldo incondicional de su principal aliado.
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De hecho, no fue mera casualidad que el representante israelí en las Naciones Unidas haya apelado de manera tan directa a la opinión pública estadounidense: “Esto es nuestro 11 de septiembre”. Para Biden este es un tema con múltiples derivaciones, siendo una de ellas la elección del próximo año en la que podría volver a enfrentarse a Donald Trump -que reconoció Jerusalén como capital de Israel, que llegó a aparecer en carteles de campaña de Netanyahu y que criticó el reciente acuerdo de liberación de presos estadounidenses en Irán, a cambio del descongelamiento de 6.000 millones de dólares retenidos en Corea del Sur.
En efecto, si todavía hubiera dudas sobre las proyecciones internacionales de este conflicto, se disiparon desde las primeras horas, también en virtud de la reacción armada del Hezbollah en el sur del Líbano y de la declaración de apoyo del mayor socio del Hamas. El portavoz del gobierno iraní saludó “la respuesta enérgica de los jóvenes palestinos” y describió la masacre como “un nuevo capítulo en el campo de la resistencia”.
El momento de este resurgimiento del conflicto no es inocente. Casi todos los comentaristas se apresuraron a aludir a los 50 años de la Guerra de Yom Kippur.
Pero esa efeméride, que seguramente no es inocente, puede ser solo fuego de artificio. La verdadera intención de los extremistas puede ser interrumpir un proceso de normalización en la región, que en los últimos meses comenzaba a dar frutos. Hubo un primer acto en China, con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Irán, y un segundo acto parecía ir igualmente en la buena dirección, involucrando ahora, con la mano de Washington, Arabia Saudita e Israel.
En lugar de la paz posible, tenemos la guerra inevitable y con consecuencias imprevisibles. Es que en los anteriores episodios del conflicto no se sabía cuánto tiempo iban a durar los combates, pero se sabía cómo terminarían. La superioridad militar de Israel acabaría por imponerse. ¿Estaremos hoy totalmente seguros de que, esta vez, va a pasar lo mismo? ¿Habrá paz alguna vez en la región o como decía Golda Meir, o esto solo ocurrirá “cuando los árabes amen más a sus hijos que lo que odian a Israel”?