Por GLADYS GONZÁLEZ / Senadora nacional de Juntos por el Cambio
Para crecer, desarrollarnos y en consecuencia superar la pobreza, necesitamos inversiones, insertarnos en el mundo, y para ello recuperar la confianza. Para lograrlo debemos cumplir con nuestros compromisos internacionales, abrazar y defender los valores democráticos y no solo no negar la agenda del futuro, sino impulsarla y si somos inteligentes, liderarla.
El mundo avanza. Argentina parece detenerse, incluso retroceder. Nuestro país necesita un liderazgo que nos invite a pensar, diseñar y gestionar una agenda global que es cada vez más dinámica y compleja. Cada elección, los ciudadanos tenemos el derecho y la responsabilidad de elegir en qué Argentina queremos vivir o al menos quién queremos que administre nuestro destino nacional durante los próximos cuatro años.
En este contexto, cada expresión, palabra y posicionamiento de nuestra dirigencia deben ser escuchados con detenimiento y atención. Al respecto, podemos decir que Cristina Fernández y Javier Milei coinciden en una cosa: sus programas políticos están arraigados, miran y se basan en el pasado. Uno de ellos dijo que la elección del 2023 es una elección de tercios. Y tiene razón. Hay dos tercios que retroceden, que usan las mismas recetas que ya no funcionaron y que nos trajeron hasta acá, y un tercio que representa nuestra única oportunidad de resolver el presente en un sendero que mira hacia adelante.
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Mientras la Argentina está enfrascada en debates que bien podrían ser del siglo XX, el resto de los países se adelanta y debate la agenda del futuro, con temas como la producción de alimentos sostenibles, la movilidad eléctrica y la transición energética; el aprovechamiento del litio; las energías renovables y el hidrógeno verde; e incluso el ecoturismo y la economía circular.
No sólo la Unión Europea o Estados Unidos avanzan en este sentido. Chile, Uruguay y Brasil también están sin dudas a la delantera nuestra en esta agenda y sin dejar de sostener que el sur global tiene responsabilidades comunes pero diferenciadas.
Por eso, no es menor ver a un Jefe de Gobierno y a un candidato presidencial cómo Horacio Rodríguez Larreta liderar esta discusión en nuestro país. Más aún, hacerlo solo, en una coyuntura donde es más fácil omitir la agenda de la sostenibilidad antes que enfrentarla con coraje, y ni hablar del tercio que la niega.
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Esto se ha puesto de manifiesto en varias oportunidades: la organización del C40 en la ciudad de Buenos Aires, la gestión de un Plan de Acción Climática ambicioso y moderno, que implica mostrarle a la comunidad internacional la firmeza de la propuesta; y hablarle a los argentinos, en medio de la campaña, de estos temas y con propuestas concretas. Por ejemplo, la necesidad de transformar los residuos en recursos, generando empleo y desarrollo en el proceso. Nada más ni nada menos que la economía circular.
Son términos que para cierta dirigencia política son irreconocibles, como tantos otros, mientras hay un sector privado en la Argentina que a pesar del Estado avanza, porque ya entendió que si no lo hace se queda afuera del mercado. Muchos nos lamentamos que si seguimos perdiendo el tiempo nos vamos a perder la oportunidad de liderar algunos de esos mercados. Con impotencia vemos que los países con los que competimos están atrayendo inversiones y generando empleo para su gente, a la vez que protegen el ambiente y luchan contra el cambio climático, mientras nosotros seguimos en debates estériles o falsas dicotomías.
Este tema, la economía circular, tiene el potencial de contribuir con un gran aporte a la creación de empleos. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), generará 24 millones de empleos en 2030, en sectores como la gestión y separación de residuos, el reciclaje y la generación de energía, o el ecodiseño.
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Y es mucho más que crear empleo. Se trata también de resolver problemas estructurales de los argentinos. Según un informe del Banco Mundial, en nuestro país más de 4 millones de habitantes no cuentan con recolección regular de sus residuos sólidos urbanos y existen 5000 basurales a cielo abierto, que ponen en riesgo la salud de los vecinos que viven cerca además de contaminar el ambiente y contribuir fuertemente al calentamiento global a través de sus emisiones de metano.
Es obvio que debemos cambiar y en el corto plazo mejorar la manera en la que hacemos las cosas. Es de necios seguir negando lo que está pasando, cuando sufrimos en carne propia las grandes pérdidas económicas de la sequía con su consecuente efecto sobre la inflación y la escasez de divisas. Plantear políticas sostenibles es superar la falsa dicotomía entre desarrollo y ambiente, a partir de la generación de empleo, pero también a partir de la evidencia de que ignorar el problema solo agrava nuestra crisis.
Una falsa dicotomía que los jóvenes y las organizaciones de la sociedad civil ya superaron a través de la toma de conciencia individual y colectiva, y que cada año electoral exponen ante la dirigencia política a través de la campaña #YoVotoAmbiente. Está claro que es porque entienden con visión que la economía del futuro ya está entre nosotros y es verde o no es. Que el “sálvese quien pueda” nos trajo hasta acá y que nuestra única alternativa es la solidaridad y la cooperación para nuestra supervivencia.
Por eso en esta campaña, que algunos plantean de tres tercios y donde solo uno de ellos propone soluciones para el presente mirando al futuro, #YoVotoAmbiente.