OSCAR MOSCARIELLO / Secretario General del PDP
Hace pocos días, el ex ministro de Hacienda de la Nación Hernán Lacunza explicó por qué las personas no confían en la moneda nacional y prefieren cuidar sus ahorros en otras monedas, o los sacan del sistema financiero o bancario y a eso algunos le dicen “fuga de capitales”.
“Fuga de capitales” es una expresión pintoresca, pero que no define nada. Los economistas que han estudiado el tema nos dan instrumentos y herramientas para comprender la naturaleza de este problema. Los movimientos de capitales a veces se complican cuando se quiere discernir cuándo es un movimiento de capitales dentro de las normas legales y cuándo son comportamientos criminales como corrupción, narcotráfico, extorsión, terrorismo, etc.
La historia argentina desde la década del 30 degradó su moneda con alta inflación, bajo crecimiento económico, desempleo creciente, y al mismo tiempo la evolución tecnológica aplicada en el sector financiero ha dinamizado el movimiento de capitales, lo que hace muy difícil el control por parte del Estado. Asignar maldad a las decisiones de los inversores o elaborar una teoría conspirativa a la salida de capitales es no advertir que en realidad se trata de una consecuencia de las crisis financieras y políticas, la imposición de impuestos elevados y controles cambiarios. Se agrega la percepción de inflación, devaluaciones o, lo que es más grave, la posibilidad de alguna decisión confiscatoria.
Sobre este tema hay enfoques divergentes y largas discusiones en las que se mezclan ideologías, discusiones políticas y miradas que tienen intencionalidades. Hay quienes culpan de este problema a los gobiernos por la crónica ineptitud en el manejo de la economía, que no permite que los mecanismos del mercado puedan operar libremente y por lo tanto inducen a la desinversión y atentan contra el crecimiento económico y la estabilidad política.
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Por otro lado, hay quienes opinan que los ajustes de la economía que aplica el FMI, las altas tasas de interés, obligan a imponer cerrojos a la economía, cepo cambiario, nuevos impuestos, generando un mecanismo inmovilizador, pero al mismo se elevan voces quitándoles legitimidad a los inversores.
El desafío de la Argentina es generar políticas atractivas, avanzar con firmeza con los cambios de fondo. Tiene alimentos, energía, territorio, buena capacidad intelectual media, convivencia racial, ingenio técnico. ¿Qué más necesita? La respuesta al interrogante surge inmediatamente: la clase política debe dejar de estar bajo sospecha, debe autodepurarse y eliminar los privilegios que aún subsisten.
Atraer inversiones, reciclar al menos parte de los activos privados que mantienen los connacionales en el exterior. Hacerlo en modo atractivo para movilizar esos fondos, sin recurrir a medidas expropiatorias de difícil éxito.
Entonces para que el “capital fugado” sea invertido nuevamente en el país, sus titulares deben percibir varias garantías, y esperarán a que los inversores extranjeros abran el camino, ya que éstos tienen una cartera de inversiones más diversificada y más información financiera.
La mal llamada “fuga de capitales” deja de ser un fenómeno preocupante si el estado logra que todos paguen sus impuestos y si estos son razonables y no confiscatorios. Todo esta motivado por la confianza que puede generar el Estado con sus buenas políticas para hacer atractivo invertir en el país y hacerlo en la moneda local. La libertad en los movimientos de capitales para que ingresen y confianza y garantías para que se queden.