Tres ferias de arte brillaron en la Ciudad

Por LUCÍA GASPARELLI / IG @lu_gaspa

Durante una semana entera, la Ciudad de Buenos Aires se transformó en un gran escenario cultural. Galerías, artistas y públicos de distintos perfiles confluyeron en una ciudad que late al ritmo del arte. Con la coincidencia de arteBA, Buenos Aires desde Adentro (BADA) y Affair, la capital argentina reafirmó un rasgo propio: no es solo sede de ferias, sino un epicentro creativo donde conviven tradición e innovación, mercado e independencia, accesibilidad y vanguardia.

En pocos días, distintos barrios porteños fueron ocupados por circuitos artísticos. Desde los pabellones de Costa Salguero, donde se desplegó arteBA, hasta los pasillos de La Rural, epicentro de BADA, y la histórica Galería Larreta, revitalizada por Affair. La simultaneidad de estas propuestas convirtió a Buenos Aires en una ciudad donde el arte no se encierra en un único espacio, sino que se derrama y multiplica.

En comparación con otras capitales latinoamericanas, Buenos Aires se distingue por la diversidad de su oferta. Mientras en otras ciudades suele haber un evento centralizado, aquí conviven en paralelo ferias con perfiles distintos, capaces de atraer tanto a coleccionistas experimentados como a quienes se acercan al arte por primera vez.

ArteBA reafirmó una vez más su lugar como la feria más consolidada del país. Con la participación de 67 galerías y más de 400 artistas, trazó un mapa amplio y diverso del arte contemporáneo, con proyección regional e internacional. Su propuesta se consolidó como punto de encuentro entre coleccionistas, curadores y referentes del sector, además de un espacio clave para tomar el pulso de lo que hoy define a la producción artística argentina.

Entre sus secciones se destacaron la Principal, dedicada a galerías consolidadas, y Utopía, donde los proyectos jóvenes encontraron visibilidad.

En paralelo, BADA apostó por acercar el arte a nuevos públicos. Con cientos de artistas ofreciendo sus obras de manera directa, sin intermediarios y a precios accesibles, la feria convocó a visitantes diversos, muchas veces debutantes, en su primera experiencia de compra. Su dinámica, más cercana y descontracturada, reforzó la idea de que el arte no es patrimonio exclusivo de coleccionistas expertos, sino un bien cultural al alcance de nuevos públicos como parte de la vida cotidiana.

Por su parte, Affair se consolidó como un espacio alternativo e independiente. Con un espíritu colaborativo reflejado en la ausencia de jerarquías entre proyectos grandes y pequeños, reunió a 30 espacios en pleno microcentro. Allí, galerías emergentes encontraron una plataforma para dialogar con nuevos públicos y, al mismo tiempo, aportar frescura a la escena porteña.

Más que competir entre sí, las tres ferias evidenciaron la riqueza de un ecosistema cultural que se sostiene en la complementariedad. Cada una, desde su identidad particular, ofreció una mirada distinta sobre el arte contemporáneo y, en conjunto, dieron forma a un panorama plural que refuerza a Buenos Aires como epicentro de producción y circulación artística.

La coexistencia de estos modelos revela una característica de Buenos Aires: su capacidad de generar escenas múltiples que dialogan entre sí. Museos, fundaciones, espacios autogestionados, talleres y ferias conforman una red que sostiene a artistas y que atrae a coleccionistas, turistas y curiosos.

En este entramado, La Semana del Arte actuó como marco institucional y catalizador. Con más de cien actividades paralelas en distintos puntos de la ciudad—visitas guiadas, intervenciones urbanas, charlas y recorridos—amplió la experiencia y permitió que el arte se viviera también fuera de los predios feriales.

Más allá de las cifras de visitantes o de las ventas concretadas, lo que deja esta semana es la constatación de que Buenos Aires respira arte en todas sus capas. Las ferias son apenas la superficie visible de un entramado más complejo, donde conviven instituciones históricas, espacios independientes, colectivos emergentes y un público en expansión. Ese cruce constante convierte a la ciudad en algo más que vidriera: la vuelve usina cultural, productora y exportadora de imaginarios que dialogan con la región y con el mundo.