Por KARINA CHAVEZ / Abogada penalista

En mi último reposo veraniego advertí como los niños y niñas eran excluidos sistemáticamente de espacios públicos, sociales y culturales para priorizar el confort y la tranquilidad de los adultos.
Este fenómeno conocido como childfrisionismo o discurso no kids, responde a una larga tradición donde la niñez fue silenciada, ignorada y considerada como una presencia incómoda, dándose así de narices con una sociedad que se jacta de su progreso y apertura.
Desde una perspectiva de derechos humanos, esto erosiona subjetividades, limita vínculos y vulnera garantías fundamentales como las que establece la Convención sobre los Derechos del Niño. Ya que no solo se trata de desplazamientos forzados por guerras o crisis económicas sino también de aquellos simbólicos que con gran tristeza se dan en lo cotidiano: zonas libres de niños y niñas en restaurantes, hoteles, museos etc.
Estas lógicas excluyentes, disfrazadas de preferencia, reproducen prácticas discriminatorias que con el tiempo pueden hasta resultar peligrosas si se extienden a zonas libres de personas mayores, discapacitadas o de orden religioso.
Pensar espacios sin infancia empobrece nuestra vida colectiva, amén de transgredir derechos fundamentales que tiene todo niño/niña: descanso, juego, esparcimiento y participar plenamente en la vida cultural.
Da la sensación que quienes sostienen esta práctica, consideran a la niñez como una carga.
El mensaje detrás de esa cancelación es particularmente dañino pero que podemos hacer como sociedad. Lo principal, entender que la infancia es parte del tejido social y que como adultos debemos aprender a adaptarnos a su presencia.
Si seguimos naturalizando estas exclusiones, como simples preferencia cuando en realidad es una clara discriminación, estaremos dando un mensaje equivocado a los mas pequeños “ para encajar deben reprimir lo que hacen, dado que sus vitalidades y presencias molestan”.
Y como consecuencia de ello me preguntó, cómo podemos garantizar parte de sus derechos si los excluimos de los espacios donde ocurre la vida colectiva, donde queda la perspectiva de la niñez.
Japón,Corea del Sur, Estados Unidos y Alemania, se presentan como países que reproducen con mayor asiduidad el fenómeno no kids en espacios de ocio, turismo y consumo, bajo el disfraz de “preferencias de estilo de vida”, revelando así una lógica adultocéntrica.
En Argentina la tendencia creciente se da en hoteles, restaurantes, cafés y espacios culturales. Si bien no hay regulación legal “no Kids” la naturalización social la instala como estilo de vida. Expertos en psicología y psiquiatría advierten con preocupación los efectos colaterales de la exclusión.
Si bien muchos sostienen que esta moda obedece a razones de preferencias personales o marketing, es una tendencia que genera cada vez más polémica mientras que sus fervientes defensores suelen justificar su existencia desde una lógica de confort y exclusividad.
Frente a esta perspectiva, urge el desnaturalizar el adultocentrismo, a través de campañas que cuestionen la idea que los más pequeños de una sociedad que serán el futuro pueden molestar con su presencia.
Visibilizar que los niños y niñas son un grupo social con identidad, derechos, voz y capacidad de transformación esencial para la vida comunitaria.
Impulsar un marco legal que proteja el derechos de los niños y niñas a habitar espacios públicos sin discriminación.
Educar en convivencia intergeneracional, promoviendo el respeto entre generaciones y desarrollando contenidos escolares que valoren la diversidad etaria.
Es evidente que debemos preguntarnos qué comunidad queremos construir, si una que rediseña para excluir o que se adapta para incluir.
No debemos olvidar que los niños y niñas son parte esencial de la vida en sociedad y relegarlos no solo es injusto sino que debilita el lazo entre generaciones, vulnera sus derechos a participar en la vida cultural; ELLOS NO DEBEN INCOMODARNOS SI NO IMPORTARNOS.