Por DIEGO GUELAR / Ex Embajador argentino en Estados Unidos, China, Brasil y la Unión Europea
Todos los gobiernos de Europa y América Latina son de coalición. Con el fin del siglo XX, se terminaron los partidos hegemónicos y los grandes líderes que agitaban la imaginación de multitudes.
Hasta en los EE.UU, con su sólida tradición bi-partidaria, los grandes temas presupuestarios, de Defensa y de Relaciones Exteriores, requieren acuerdos entre republicanos y demócratas.
En todas las constituciones occidentales, los partidos son los únicos instrumentos idóneos para la representación ciudadana.
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En los países europeos, por su característica parlamentaria, queda claro que quien no alcanza mayoría propia -o de coalición- no puede gobernar y debe disolver el Parlamento y convocar a nuevas elecciones.
En Argentina, el gobierno elegido en noviembre del año pasado obtuvo una amplia legitimación con el 56% de los votos, pero una muy baja representación parlamentaria con solo 36 diputados y 7 senadores.
Para julio de este año, la aprobación de la ley Bases, con 147 votos en Diputados (eran necesarios 129) y 35 senadores (más el voto de desempate de la vicepresidenta), mostró la posibilidad de constituir una “mayoría de gobernabilidad” que se prolongara hasta las elecciones del 2025.
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En menos de 60 días, esa ilusión se disipó. No solo eso, se verificó un creciente fraccionamiento por líneas interiores de cada formación política.
La actualización de los haberes jubilatorios, los fondos para la Secretaria de Seguridad, y las dos vacantes a cubrir en la Corte Suprema, alcanzaron para dinamitar la estabilidad política que, con tanto trabajo, habia cultivado el ministro Francos.
Hoy verificamos cómo, pese a su profunda crisis -multiplicada por los escándalos personales del ex-presidente Fernández- el kirchnerismo sigue condicionando profundamente las medidas imprescindibles para lograr las tan ansiadas estabilidad y credibilidad interna y externa.
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Pero la solución está “al alcance de la mano”…solo falta la decisión política de alcanzarla: el Presidente puede convocar a LLA, el PRO, el Peronismo Republicano, la mayoría del radicalismo y no menos de una docena de gobernadores que han venido acreditando su voluntad de colaborar con el gobierno nacional. Se podría así constituir una “mayoría estable”, parlamentaria y federal, que, bajo el paraguas de un gobierno de coalición, consensuara un programa de medidas que se proyectaran por los próximos dos años.
Por supuesto, esto significaría resignar la idea del gobierno arbitrario y personal, que sería sustituido por un proyecto colectivo estable y creíble. Podríamos así, dedicarnos tiempo completo a resolver los graves problemas económicos y sociales que nos aquejan. La ciudadanía, con enorme paciencia, está esperando que la dirigencia política encuentre esos denominadores comunes que tanto necesitamos.