Por JUAN GRABOIS / Dirigente social
En una extraordinaria nota de La Nación de la semana pasada se describe con claridad y objetividad la situación de los niños, niñas y adolescentes pobres, con énfasis particular en la cuestión alimentaria y su impacto en la educación. Es particularmente importante la correlación entre las dificultades de aprendizaje y la pobreza. Si dejamos el relato y vamos a los datos, sin desconocer las múltiples variables que confluyen en la decadencia educativa argentina, podremos ver que los pibes no aprenden fundamentalmente porque no comen.
La pobreza de los niños es la injusticia social más aberrante. Su existencia elimina la posibilidad de cualquier cosa parecida a la meritocracia. Nadie tiene la culpa de la posición social en la que le tocó nacer. Esto se magnifica cuando la pobreza se transforma en hambre. Una desigualdad de inicio tan extrema explica la reproducción intergeneracional de la pobreza y la degradación de la sociedad mejor que cualquier teoría macroeconómica. El hambre es un crimen de estado y una inmoralidad tan grande que esparce en todos nosotros la indignidad de integrar una sociedad que la tolera.
Con datos predevaluación del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA), se estima que el 64% de los 13 millones niños, niñas y adolescentes que viven en este bendito país son pobres ¡más de 8 millones de pibes y pibas! ¿Qué futuro nos espera? A ellos y ellas, a nosotros, a la patria, a todos.
La situación no es nueva, como tampoco es nueva nuestra denuncia. El lector interesado podrá encontrar con facilidad que el autor de esta nota, las organizaciones comunitarias y las iglesias venimos denunciando la aberración criminal de que existan niños con hambre en un país que se vanagloria de su potencia agropecuaria. Evitemos entonces la chicana fácil de que nuestro planteo es una cuestión oportunista. Hemos denunciado, formulado propuestas de políticas asistenciales y activado mecanismos comunitarios masivos para paliar esta tragedia, tragedia que además es un escándalo.
Es ciertamente un escándalo que en el granero y el país de las vacas no haya pan, leche ni carne suficiente para todos. Un escándalo que legítimamente denunciamos junto a Bergoglio hace quince años -que le valió la lapidación de los medios que hoy lo ensalzan y ensalzado por los medios que hoy lo critican- cuando la magnitud del problema estaba en tendencia descendente y era, según ODSA (2023), cerca de la mitad: tres de cada diez pibes eran pobres entonces, ahora son seis de cada diez.
El escándalo se multiplicó, la tendencia progresiva se invirtió y la asistencia disminuyó. Si Bergoglio estuviera en Argentina, no tengo ninguna duda que cada Tedeum frente a cada presidente sería un mazazo de realidad directamente proporcional en su dureza al aumento de este escándalo, su frívola banalización o cruel indiferencia. Es lamentable que la catarata de difamaciones contra el argentino más importante de todos los tiempos haya desdibujado en algunas mentes su tremenda coherencia en la defensa de los pobres de ambos lados del Atlántico.
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Pero basta de diagnósticos y reminiscencias. Volvamos al centro del tema. Es una verdad de Perogrullo que no se puede vivir de paliativos ni políticas asistenciales. También es una obviedad que la solución definitiva está en un sistema económico sustentable que permita a todos ganar el pan familiar con un trabajo decente adecuadamente remunerado. Es evidente que este objetivo común a cualquier persona de buena voluntad, independientemente de su ideología política, le viene siendo un tanto esquivo a la Argentina. Podemos responsabilizar con mayor o menor honestidad a tal o cual gestión de gobierno, atribuir la situación a tales o cuales causas, pero la realidad es que nuestros pibes tienen hambre y el hambre no espera los tiempos de las soluciones definitivas.
En un contexto de emergencia, la reiteración de perogrulladas y obviedades sociológicas operan como excusas para no hacer nada aquí y ahora, cuando la posibilidad de erradicar el hambre de los niños o al menos reducirlo está a nuestro alcance. Esta omisión -sobre la que hay responsabilidades comunes pero diferenciadas- comienza por el Estado, garante último de los derechos de los niños. Ya es una inmoralidad supina desentenderse del tema, pero agravar una situación de por sí dramática en forma deliberada es directamente criminal. Esto es lo que sucede hoy. Esto es lo que está haciendo la ministra Pettovello. El hambre se ha convertido en una política de estado.
Con independencia de la oportunidad, mérito o conveniencia de la devaluación del 118% dictada por el Gobierno, a nadie escapa que su consecuencia directa sería un aumento acelerado de la canasta alimentaria. Sin medidas compensatorias adecuadas, esta decisión económica se transforma en un crimen social imperdonable: el aumento de la pobreza y el hambre de los niños. Frente a ello, el Gobierno decidió correctamente incrementar el monto del Programa Alimentar, pero al mismo tiempo suspendió el abastecimiento de alimentos a los comedores comunitarios cuyo impacto social es al menos dos veces superior.
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El Programa Alimentar alcanza a solo 1,9 millones de niños, niñas y adolescentes. Esto quiere decir que 6,1 millones de NNyA pobres están fuera del programa, 8 de cada 10. El parche del parche del sistema fallido es la red de 41.253 mil comedores y merenderos inscriptos en el RENACOM, que se multiplicaron en todo el país como un acto de amor y resistencia de Iglesias y Movimientos Sociales frente al aumento del hambre y la exclusión. Una red que aún funciona a todo vapor es insuficiente.
En esos comedores y merenderos se alimentan al menos cuatro millones de personas, en su mayoría, niños, niñas, adolescentes. El abastecimiento de los comedores depende de la entrega de mercadería del extinto Ministerio de Desarrollo Social y del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Sin desmerecer la participación de cientos de voluntarios, la preparación de los alimentos la realizan trescientas mil cocineras comunitarias sin reconocimiento laboral. Son trabajadoras sociocomuntarias del programa Potenciar Trabajo, que les reconoce un salario social (sin aportes ni obra social) equivalente al 50% del SMVM.
Desde la asunción del nuevo gobierno y la creación del Ministerio de Capital Humano, tras liquidar un pequeño stock a través Cáritas y la AMIA, el Gobierno Nacional discontinuó tanto la entrega de alimentos como el PNUD con el que se sostenían los comedores. La mayoría de los comedores se han quedado sin alimentos, las donaciones no alcanzan para compensar una décima parte de lo necesario y las filas en los lugares que todavía siguen funcionando se agigantan. No hay nada más terrible para una cocinera o un voluntario tener que suspender la entrega antes que llegue el último de la fila. No hay nada más angustiante para ese padre que retirarse de la fila con sus pibes a cuestas sin el plato lleno.
Frente a esta denuncia, la respuesta previsible es que estamos defendiendo la intermediación, que fomentamos la vagancia, etc. Lo cierto es que no se ha sustituido la red de comedores comunitarios ni por un ingreso laboral suficiente para todos los argentinos ni por una política de asistencia directa para todos los niños. La acción deliberada del Gobierno consiste exclusivamente en el desmantelamiento del último refugio de los excluidos sin ofrecer alternativa alguna.
Como bien describe el artículo de La Nación, la exproductora televisiva, hoy ministra de Capital Humano, no responde consultas. Sandra Pettovello, que no tiene ninguna experiencia laboral en el área; que, en efecto, no tiene prácticamente ninguna experiencia laboral, que durante 48 años no registró empleo alguno y durante los últimos siete fue monotributista, que tiene cómo único mérito haber trepado al círculo íntimo de Milei, no ha designado a los funcionarios del área alimentaria. Sí designó secretario privado, Agustín Rossi, quien contesta que la señora ministra no tiene explicaciones que dar.
Es francamente llamativo el contraste entre la celeridad con la que se crea la figura de Sociedades Anónimas Deportivas alegando una situación de necesidad y urgencia cuando al mismo tiempo se desatiende la mayor necesidad y la mayor urgencia que pueda existir en una sociedad. Es lamentable que en ninguna de las discusiones que a partir del DNU, la ley ómnibus y la mar en coche se gaste una sola palabra en proponer una medida para enfrentar el creciente hambre de los niños.
No hace mucho conté en una entrevista que el presidente Javier Milei tuvo la deferencia de comunicarse conmigo para solidarizarse por una agresión que recibí en la vía pública. Aunque sabía que me valdría críticas, se lo reconocí públicamente porque la verdad es siempre la verdad. En esa ocasión le dije con claridad que iba a encontrar en mí un opositor frontal a su programa de gobierno que actuaría con las herramientas legítimas de disidencia que otorga la Constitución, pero también recalqué la histórica vocación colectiva de los movimientos sociales de sostener esfuerzos comunes para mitigar la crisis social y los padecimientos del pueblo. El presidente me dijo entonces algo que luego expresó públicamente: la comida no va a faltar.
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La comida falta… y no hay ideología, prejuicio o diferencia que lo justifique. Uno entonces mi voz a las organizaciones sociales y eclesiales para pedirle al Presidente que cumpla su deber y arbitre los medios para resolver esta dramática situación.
El hambre no solo disminuye dramáticamente la capacidad de aprendizaje de los niños y daña en forma irreparable su capacidad cognitiva. El hambre y la exclusión son el fermento de los procesos de deshumanización que inevitablemente terminan en violencia que nos afecta a todos. Violencia familiar, violencia urbana, violencia social. La miseria provoca violencia, la violencia provoca miedo y el miedo socava toda libertad personal. Nosotros queremos la libertad de cada uno que es el fruto de la paz y la justicia; por eso luchamos, por eso trabajamos, por eso nos organizamos, con la esperanza que algún día esa libertad se realice integral y plenamente. Mientras tanto, hacemos lo que podemos…. que efectivamente es bien poco, pero es algo.
Puede el lector creer o no en esas intenciones, pero hay que ser muy idiota o mala gente para creer que con más hambre hoy vamos a tener más libertad en un mañana indefinido. Sería un poco más inteligente comprender que nada bueno puede salir de contestar al grito de pan con obviedades, perogrulladas, mentiras o balas.