Por JUAN MANUEL ABAL MEDINA y ALEJANDRO TULLIO / Ex Jefe de Gabinete nacional y Ex Director Nacional Electoral, respectivamente.
Las PASO establecidas en 2009 se han realizado en siete oportunidades y han tenido un fuerte impacto sobre nuestro sistema político. La experiencia acumulada nos brinda elementos suficientes para un balance de su desempeño y para valorar si deben suprimirse o mantenerse , y en este caso, cómo mejorarlas.
Las PASO fueron establecidas, junto con otras modificaciones en la ley 26.571 con el fin de fortalecer y democratizar nuestro sistema político partidario, afectado por la crisis que estalló a fines de 2001 y sus secuelas caracterizadas por la fragmentación electoral y parlamentaria, la territorialización partidaria, por partidos, candidaturas o alianzas de oportunidad, creados o activados para cada elección.
Hoy, a doce años de la implementación de las PASO, la mayoría de los analistas coinciden en que sus resultados son claros: nuestro sistema, aunque no redujo el número de partidos, facilitó la constitución de frentes a los efectos de ordenar y darle racionalidad a la competencia y por primera vez esas alianzas tienen correlato en la acción parlamentaria y de gobierno trascendiendo así los procesos electorales para los que son creadas. Asimismo, se mitigaron las hasta entonces crecientes tendencias hacia la desnacionalización del sistema de partidos.
Esta estabilidad se expresa en la consolidación de dos grandes coaliciones partidarias (FPV/FDT/UxP y Cambiemos/JxC) que, más allá de sus cambios de nombre, manifiestan un conjunto de posiciones políticas claramente reconocibles por los electores.
A su vez lo anterior se ha logrado sin que el sistema pierda la apertura y flexibilidad necesaria para que nuevas opciones políticas se presenten a elecciones, consigan cargos y expresen conjunto de ideas y propuestas identificables para la ciudadanía, como lo hace desde hace años el Frente de Izquierda y recientemente La Libertad Avanza, que fue la fuerza más votada en las PASO del domingo 13 de agosto.
Sin embargo, ninguna herramienta electoral es perfecta y las PASO están muy lejos de serlo, sobre todo porque algunas de las particularidades de su diseño pueden generar efectos negativos, especialmente en contextos de alta polarización como los que sufre nuestro país. Nos estamos refiriendo al plazo demasiado extenso entre las elecciones primarias y la general y al efecto que los resultados de las PASO propiamente dichos tienen como “encuesta” o radiografía de las preferencias sociales.
Algunas reformas posibles. En primer lugar, con los avances tecnológicos y la experiencia acumulada se pueden realizar modificaciones normativas que simplifiquen y desburocraticen aspectos administrativos de la gestión del sistema y permitan que las PASO y las generales puedan integrarse aún más en un mismo proceso electoral, acortando el plazo que media entre ellas.
Esto evitaría efectos nocivos sobre la gobernabilidad, como lo que ocurrió en 2019 y a la vez contribuiría a acortar un poco el muy extenso período electoral que caracteriza a nuestro país.
A su vez, respecto de las fórmulas ejecutivas, la posibilidad de seleccionar mediante las PASO a quien encabece la fórmula presidencial, habilitando a la agrupación política a completarla posteriormente, permitiría una mayor flexibilidad a la hora de reconfigurar la oferta electoral posterior a las mismas.
Otra reforma, aún más profunda, sería que la elección sólo fuera obligatoria para los partidos y coaliciones, dejándola como optativa para los votantes. De esta manera las PASO seguirían cumpliendo con su tarea de ordenar y agregar la oferta partidaria, pero sin funcionar como gran encuesta nacional, lo que induce al voto estratégico y refuerza las tendencias a la polarización.
En síntesis, la reforma político electoral de 2009 cumplió suficientemente con sus objetivos, pero nuevas reformas pueden y deben pensarse para continuar mejorando la calidad de nuestra democracia.