Por DIEGO GUELAR / Ex embajador argentino en EEUU, China, Brasil y la Unión Europea
Los Estados Unidos y China tuvieron, entre 1950 y 1970, una muy mala relación. Los americanos estaban muy ocupados peleando la Guerra Fría con la URSS y los chinos, eran una nación muy pobre y lejana, que cumplía un rol secundario para los soviéticos en Corea y Vietnam. Entre 1970 y el fin del siglo XX, la relación fue mejorando, alcanzando altos niveles de cooperación comercial, económica y tecnológica.
Desde Occidente se creyó que, por ese camino, China se iba a ir “asimilando” al capitalismo y su cultura, tal como ocurrió en Japón, Corea y Taiwán. Pero eso no ocurrió.
Entre 1980 y 2020, China realizó un proceso de acelerado crecimiento económico que la llevó a sacar de la pobreza a 800 millones de sus ciudadanos y construir una poderosa clase media de 500 millones de ávidos consumidores. Con su PBI de 18 trillones de dólares, es el segundo en el mundo, después de EE.UU., con 23 trillones. Japón, Alemania Francia o India, no superan los 4 trillones.
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Es la segunda potencia militar y es el principal socio comercial de 130 países en el mundo…empezando por EE.UU. (US$ 650.000 millones de comercio bilateral), la UE (US$ 900.000 millones) o América Latina (US$ 400.000 millones).
Hoy, China tiene, además, un desarrollo tecnológico y financiero igual o superior al norteamericano. Pero todo esto sirvió para hacer del sistema imperante en China un régimen cada día “más chino” y con aspiraciones de hegemonía que no coinciden con la visión occidental del mundo.
Desde la administración Trump, seguida y profundizada por la de Biden, la conclusión, tanto de republicanos como de demócratas, es que “hay que parar a China” y, para lograrlo, se debe producir el “decoupling” -o desacople- de la economía china, cortando la mayor cantidad de vínculos de cooperación o complementación como sea posible.
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Pero, para hacer esto, ya es muy tarde. La trama de relacionamiento existente es muy avanzada y no hay forma de interrumpirla. Hacerlo sería contrario a los intereses de los mayores Bancos y empresas norteamericanas y europeas.
Por eso, la única solución posible es apostar por el camino de la cooperación y la convivencia entre sistemas políticos y culturales muy diferentes, construyendo reglas de competencia globales que incluyan la protección del medio ambiente y eviten el agravamiento de los conflictos militares.
Las regiones que tenemos a ambos contendientes como socios principales – la UE, el Mercosur o la Asean- debemos funcionar como fuelle morigerador de las tensiones y no obrar como multiplicadores de las diferencias.
Las capacidades del “mundo libre”, como creador de “intelligentsia” y tecnología , deben ponernos en condiciones de metabolizar el fenomenal impulso de China en este siglo y lograr que dos civilizaciones que fundaron los Imperios Romano y Chino hace 2.200 años, puedan evitar un choque cuyo impacto tendría como resultado el holocausto universal.