Por JORGE ARGUELLO / Embajador argentino en Estados Unidos
Este texto no fue escrito por un sistema de Inteligencia Artificial (IA). Aunque -hoy ya sabemos-, perfectamente podría haberlo sido.
Hecha esta aclaración incursionemos en algunos de los muchos capítulos abiertos por el debate en curso sobre los límites éticos de recurrir a programas como ChatGPT para redactar columnas de opinión, elaborar discursos políticos o preparar conferencias científicas.
En los últimos meses el mundo ha visto surgir voces, desde ámbitos públicos y privados, que alertan sobre el avance desordenado y sin supervisión de los programas de IA. Una carta abierta difundida por el Future of Life Institute, de Cambridge, Massachussets, y firmada por dueños o líderes de corporaciones tecnológicas como Elon Musk, de Twitter, Steve Wozniak, cofundador de Apple, Jaan Tallinn de Skype y otros referentes como Yuval Harari reclama una suspensión de seis meses en el entrenamiento de los sistemas de IA.
Dirigentes políticos, científicos y especialistas en el mundo digital emitieron en marzo la llamada Declaración de Montevideo sobre Inteligencia Artificial y su impacto en América Latina. “La aplicación de sistemas de IA debe cumplir con los principios rectores de derechos humanos, respetar y representar diferencias culturales, geográficas, económicas, ideológicas y religiosas, entre otras y no reforzar estereotipos o profundizar la desigualdad”, dice.
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Son dos pronunciamientos diferentes pero que ponen el acento en el mismo desafío de estos tiempos: los avances en IA entrañan riesgos y oportunidades y requieren de regulaciones sostenibles que puedan ser consensuadas en diferentes ámbitos multilaterales.
Comencemos por definir la IA. Hay consenso en establecer que se trata de la habilidad de una máquina de presentar las mismas capacidades que los seres humanos, como el razonamiento, el aprendizaje, la creatividad y la capacidad de planear. Permite que los sistemas tecnológicos perciban su entorno, se relacionen con él, resuelvan problemas y actúen con un fin específico. La máquina recibe datos -ya preparados o recopilados a través de sus propios sensores, por ejemplo, una cámara-, los procesa y responde conforme a los mismos Diversas industrias están empleando inteligencia asistida, aumentada o autónoma para mejorar sus procesos y operaciones. Según un relevamiento de la consultora PwC, la mitad de las organizaciones de todo el mundo invierte en algún tipo de inteligencia artificial y las dos terceras partes proyectan hacerlo en tres años.
Puesto que se trata de un proceso disruptivo e indetenible, cabe abordar tres cuestiones esenciales: -Cómo enfrentar sus riesgos, tales como ciberataques, fraudes, captura de datos personales, robo de contraseñas, fake news, entre otros; y cómo, a la vez, aprovechar sus oportunidades para mejorar el entorno económico, lograr mayor productividad y evaluar la creación de nuevos empleos (la generalización de la IA provocará una turbulencia indudable en los mercados laborales).
-Asociado con el punto anterior está la cuestión de una regulación posible y coordinada para el desarrollo de los sistemas de IA. El avance de la IA no debe ser el resultado de un proceso azaroso y espontáneo, ni estar sujeto a las imposiciones del mas fuerte. Debe estar guiado.
Diferentes organismos multilaterales, como la Unesco, han comenzado a trabajar en este aspecto y en Europa se ha creado una comisión para analizar el impacto del avance de la IA y trazar una hoja de ruta en materia de supervisión. Argentina tiene una posición clara: desde nuestra perspectiva es necesario contar con marcos regulatorios o guías universales, que exhiban ante todo el cumplimiento de los principios rectores de los Derechos Humanos. Recordemos que, en 2015, la ONU incorporó a la lista de nuevos derechos el Derecho a Internet.
Es un tema a debatir de manera urgente en las organizaciones multilaterales e incluso en foros como el G20. Pop – Otra gran cuestión, que atañe especialmente a la Argentina y la región, es la necesidad de consensos para que no surja una nueva brecha de desarrollo entre los países que tienen mayores recursos y herramientas para profundizar los estudios y entrenamiento en IA y aquellos emergentes o subdesarrollados que se encuentran en una etapa previa a la explosión generalizada de este nuevo fenómeno. Se estima que hoy mil millones de personas no tienen acceso a las tecnologías de la información y la comunicación (TICs). En otras palabras, la desigualdad económica global puede agravarse si los países centrales acaparan para sí la mayor parte de los beneficios derivados de la IA y también de las tecnologías verdes o el llamado internet de las cosas. Para la Argentina resulta estratégico profundizar su participación en investigación y desarrollo en IA desde la región, y no conformarnos con el rol de meros productores de datos en bruto. A la vez, debemos atender la problemática del desempleo como consecuencia de la implementación de sistemas de IA.
Está probado que el crecimiento del PBI está influenciado por la capacidad de incorporar IA en los procesos productivos. Ya hay ensayos avanzados en los terrenos de la salud y la educación pero también con la organización de sectores de producción y logística y la orientación de estrategias comerciales según patrones de consumo relevados con precisión por sistemas de IA. Para tener una dimensión, según Goldman Sachs, el desarrollo de la IA será capaz de agregar hasta siete puntos de crecimiento anual al PBI global en los próximos diez años.
De allí que resulte imperioso prepararnos promoviendo una fuerza de trabajo con habilidades, capacidades y conocimientos compatibles y complementarios a esas tecnologías, fomentando la inversión pública y privada en infraestructura de calidad en materia de innovación, desarrollo y vinculación tecnológica, así como la expansión de Fibra Óptica con criterio federal o el desarrollo de los satélites geoestacionarios de comunicaciones para zonas remotas.
Se trata de no quedarnos rezagados y de ayudar a encontrar puntos de consenso globales para una regulación inteligente que potencie las ventajas y límite los riesgos de la IA, considerando la velocidad a la que este campo se está moviendo.
En una sociedad democrática abierta y moderna, el valor a resguardar para un ciudadano de a pie seguirá siendo el poder tomar decisiones con independencia y evitar que cualquier poder superior fuera de control, humano o cibernético, las tome por nosotros.