Por CARLOS FARA / Analista político
El presidente tuvo una mala semana… de un mal mes, de un mal año, de un mal mandato. Empezó con su peculiar interpretación sobre el fenómeno inflacionario en la Argentina, siguió con los pormenores de la CELAC, tras cartón cayeron las declaraciones del Papa y va cerrando con las críticas en off de su propio ministro del interior. Todo eso en el marco de un dólar blue que no se calma y el comienzo del juicio político a la Corte Suprema. Para cualquier ser humano son de esas semanas que preferiría que sea viernes a la noche ya.
Alberto quizá pensará que es preferible solo que mal acompañado, teniendo en cuenta los desplantes que le hacen sistemáticamente los funcionarios cristinistas. Lo cierto es que nada de lo que le sucede debe sorprender. Muchas veces analizamos en esta columna su sistema de toma de decisiones y sus características de personalidad. Todo es el obvio resultado de no haber sido nunca líder de una construcción política, sino un habitué relevante del poder en la Argentina.
Su irrelevancia política a esta altura convierte también en superfluos algunos de los dislates de su gobierno, como por ejemplo sus declaraciones sobre la inflación autoconstruida, o las explicaciones poco edificantes de su vocera. La gran pregunta que muchos se hacen es para qué diablos se mete todo el tiempo en camisa de once varas. Esto tiene básicamente dos respuestas:
1. El presidente presume habilidades que no tiene, en todos los aspectos, desde lo gerencial hasta lo comunicacional; y
2. Imagina que con ciertos gestos –como los que le generó la CELAC- el cristinismo le va a reconocer alguna vez algún mérito que le permita concitar apoyos para una eventual candidatura presidencial.
Sobre ambas cosas hay sobradas pruebas de falta de tacto. Sin embargo, hay tres cuestiones no menores:
1. el presidente tiene la lapicera y eso en algunas cuestiones todavía es atendible (hay tantos decretos que dependen de él…);
2. si Alberto quiere ser candidato, no tendrá apoyo interno pero va a hacer ruido hasta el final (total, no tiene nada que perder y él es el presidente formal del PJ); y
3. ya nadie le quitará de la cabeza a la mayoría social que El está ahí “por culpa” de Ella, y por muchas críticas que le haga el cristinismo, el virus ya los contagió a todos.
Si bien es un escenario todavía muy prematuro en todos los aspectos, donde todo lo imaginable aún tiene algún viso mayor o menor de probabilidad (¿Vidal candidata a jefa de gobierno como prenda de unidad entre Macri y Larreta? ¿Macri se entusiasma con ser candidato presidencial? ¿Cristina vuelve sobre sus pasos y puede ser candidata a algo? ¿los radicales en marzo empiezan a involucrarse en la interna PRO? ¿Massa logra bajar la inflación a palos en los próximos tres meses y eso le asegura la candidatura mayor?), lo que no se modifica es la tendencia mayoritaria que demanda un cambio en la Argentina.
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Un párrafo especial de esta semana latinoamericana y caribeña merecen los gestos de poder de Lula, más allá de su actitud frente al tema derechos humanos. A saber: 1) selló su lealtad con Alberto (¿el no haberse visto con CFK, significa que ella está fuera del juego regional y/o el norte le “picó el boleto”?); 2) recibió a Evo (en pleno conflicto con su ¿ex? compañero Arce); 3) no le dijo a Uruguay hermano menor, pero caminó del brazo con Lacalle Pou como si efectivamente lo fuera; 4) no vio a Cristina, pero sí a Mujica; 5) le dijo al presidente oriental que hay que avanzar ya con el acuerdo con la Unión Europea, antes de avanzar con China (paso a paso). Cinco gestos con los que trata rápidamente que lo vuelvan a ubicar como el gran hermano y que quizá a EE.UU. le conviene que vuelva a ser.
Pese a que el gobierno le ha brindado a la principal oposición una maravillosa excusa para incrementar sus coincidencias a partir del juicio a la Corte, lo cierto es que la conflictividad interna de Juntos por el Cambio no se apacigua y lo más probable es que vaya en aumento. El emir de Cumelén la recibió a Patricia y le otorgó el beneficio de la foto familiar, cosa que no le concedió a Horacio, ya que cree que el jefe de gobierno de la CABA usa todo su aparato gubernamental a favor de su candidatura, y que él debe equilibrar un poco la cancha (recuérdese lo apuntado en la columna “De Qatar a Cumelén” hace dos semanas otras).
Pero ahí no terminan la conflictividad. Esta semana la mesa de conducción de la coalición se vio obligada a recordarle a los distritos donde no hay consenso cuáles son los modos de resolución. En esa lista se encuentran Neuquén, Río Negro, Chubut, Mendoza, La Pampa, Córdoba, Tucumán y Salta, por el momento. ¿Por qué es importante esto? Primero, porque mostraría cuánto poder tiene la mesa nacional para ordenar la propia fuerza. Segundo, porque delata las trapisondas de los gobernadores peronistas en el espacio opositor (¿adelanto de lo que podría pasar en la primaria nacional?). Tercero porque podría minar la oportunidad de triunfo de JxC en distritos claves. Algunos dicen que eso en el fondo no es importante y no hay mucho por hacer, mientras que otros lo ven con cierta preocupación, ya que implicaría lo veloz que se estaría instalando en algunos distritos la puja entre Bullrich y Larreta además de la tensión PRO – radicalismo.
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A todo esto, se deber agregar que en el radicalismo existe malestar con el rol del presidente del partido, quien define todas sus jugadas, acorde a su aparente interés de ser el acompañante de fórmula con Larreta. Eso hace que a veces arroje a los leones a correligionarios con aspiraciones serias de disputar poder al PRO en las provincias. La foto “Abbey Road” seguirá dando que hablar.
Mientras todo esto pasa, varios canales de noticias siguen “en cadena” con los pormenores del juzgamiento del caso Báez Sosa. Un caso en el que no se ha manifestado la grieta política, como tampoco ocurrió con la Scaloneta. Más allá de lo aberrante, quizá porque no hay grieta posible, la opinión pública lo sigue con atención.