Las ideas de Keynes: Regulaciones y asimetrías de los ajustes

Por RICARDO LÓPEZ MURPHY / Economista

La influencia de John Maynard Keynes en el pensamiento económico y jurídico argentino ha sido profunda y duradera. Como bien señala Juan Sola en su reciente obra “Keynes y el Estado de Derecho”, esa influencia se desplegó en diversos planos.

Uno de los más relevantes fue la divulgación académica llevada adelante por Raúl Prebisch, y otro, no menos significativo, la incorporación del pensamiento keynesiano en el análisis jurídico por parte de Julio Oyhanarte, ex presidente de la Corte Suprema. Ambos, Prebisch y Oyhanarte, fueron intelectuales destacados, que dejaron una huella indeleble: el primero, especialmente en la década del 30, y el segundo, a lo largo de los años ‘40, ‘50, ‘60, ‘70 y ‘80.

Cabe señalar que los problemas que Keynes analizó en los años ‘30 eran de una naturaleza muy distinta a los que enfrentó el mundo en la posguerra. En primer lugar, porque no se verificó la temida recurrencia de un clima depresivo. Y, en segundo lugar, porque el marco analítico de la “Teoría General” se integró progresivamente al conjunto de ideas centrales de la economía moderna, no sin matices y ajustes.

Para comprender el núcleo del pensamiento de Keynes, es necesario recordar sus principales preocupaciones.

En primer término, advertía que la flexibilidad de los precios nominales se había reducido por dos factores novedosos en relación al siglo XIX: la creciente sindicalización de la fuerza laboral y el extraordinario incremento del peso del sector público en la economía global.

En segundo lugar, Keynes escribió su obra en medio del colapso económico de los años ‘30, un tiempo signado por el pesimismo abrumador y por la dificultad de conciliar la inversión sistemática con la disponibilidad de ahorro. En la posguerra, ese problema se desdibujó: fueron años de alto crecimiento y expansión. El peligro que en los ‘30 era la depresión, mutó en la segunda mitad del siglo XX en su opuesto: la inflación. En el siglo XX, un tercer tema que Keynes trató y emerge con fuerza es el de la preferencia por la liquidez. El fenómeno del exceso de ahorro, especialmente notorio en países como Japón, se vincula con el envejecimiento poblacional y la necesidad de ahorrar más para afrontar períodos prolongados de inactividad laboral.

Esto derivó en tasas de interés extraordinariamente bajas y reavivó las preocupaciones keynesianas, como bien expresó Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, al plantear la existencia de un sobrante de ahorro global. Esta abundancia, al generar tasas cercanas a cero, incentivó la demanda de liquidez y dio lugar al auge del “quantitative easing”.

Así, las preguntas de Keynes resurgen: la rigidez nominal, los “animal spirits” y la preferencia por la liquidez. No son problemas que afectaron a la Argentina porque nosotros nunca tuvimos exceso de ahorro, dado los enormes déficits del sector público. Además, en un país que ha tenido problemas de inflación serios como para agregarle dieciséis ceros a su moneda, hablar de rigidez nominal puede sonar disparatado. Otra dimensión de la obra de Keynes que expresa el académico Juan Sola en su libro: su obsesión por la coordinación económica internacional. En las negociaciones que definieron la arquitectura financiera de la posguerra, Keynes propuso un enfoque distinto al de los estadounidenses, quienes finalmente impusieron el patrón dólar-oro. Su argumento era que ese esquema no resolvía el problema de fondo que había alimentado las políticas de “empobrecer al vecino” en los años ‘30. Las presiones correctivas de los desequilibrios eran asimétricas: recaían más sobre los países con déficit de pagos que sobre aquellos con superávit.

Esta preocupación reaparece si se pretende racionalizar las políticas recientes del gobierno de Donald Trump. El punto central es la asimetría de los ajustes: abundan las exigencias sobre los países deficitarios, como Estados Unidos, y escasean sobre aquellos que acumulan grandes superávits. Por eso, Keynes propuso un banco central mundial, una alternativa que nunca prosperó y fue reemplazada por el Fondo Monetario Internacional.

Keynes ha dejado una impronta imborrable en el pensamiento económico, legal y regulatorio. Su obra es de tal magnitud que analizarla exclusivamente desde su producción de los años ‘30 resulta, a mi modo de ver, injusto. Personalmente, siempre me fascinó su “Tratado de Reforma Monetaria”, una obra del Keynes ortodoxo de los años ‘20, escrita con una prosa bellísima.

Algo similar ocurre con Raúl Prebisch. Sus trabajos de 1955 y 1956, como el informe sobre “¿Cómo reconstruir la productividad en la Argentina?” para el gobierno surgido de la Revolución Libertadora y el estudio titulado “Moneda sana e inflación descontrolada”, suelen ser ignorados, a pesar de su profundidad.

Todos los hombres públicos que han actuado durante décadas en la vida cívica muestran, naturalmente, posturas heterogéneas a lo largo del tiempo. Recomiendo leer esos trabajos de Prebisch y, del mismo modo, el de Keynes, “Tratado de reforma monetaria” de los años ‘20. Nos ofrecen una mirada más completa y equilibrada, y nos invitan a la prudencia al emitir juicios sobre figuras que, como ellos, desplegaron su obra multifacética y perdurable.