Por GONZALO MESCHENGIESER / Médico Sanitarista MN 117.793 y CEO de la Cámara Argentina del Agua

El mundo despide con dolor al Papa Francisco, el pontífice que eligió su nombre en honor al santo de la humildad y la naturaleza, y que honró ese compromiso con cada gesto, cada palabra y cada documento de su pontificado. A Francisco se lo recordará, sin duda, como el Papa de los pobres, de los marginados, del diálogo y de la fraternidad. Pero también debemos recordarlo como el Papa del Agua y el Ambiente.
Desde el inicio de su pontificado, Francisco denunció con firmeza las consecuencias de una economía que descarta no solo personas, sino también bienes esenciales para la vida, como el agua. En su encíclica Laudato Si’, un documento que ya es faro para creyentes y no creyentes, para católicos, musulmanes, budistas o judíos, el Papa escribió con claridad profética: “El acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la supervivencia de las personas” (LS, 30). En un mundo donde más de 2.000 millones de personas carecen de acceso seguro al agua, este mensaje no fue solo un diagnóstico: fue un llamado a la acción.
Años más tarde, al cerrar un seminario internacional sobre el derecho humano al agua en la Pontificia Academia de Ciencias, Francisco advirtió con crudeza: “Podríamos estar encaminándonos hacia una gran guerra mundial por el agua”. Su advertencia no era apocalíptica, sino profundamente realista: el agua ya está en el centro de tensiones geopolíticas, migraciones forzadas, enfermedades evitables y catástrofes humanitarias.

Incluso en sus viajes más alejados del Vaticano, el Papa supo conectar lo espiritual con lo esencial. Durante su visita a Mongolia, en una misa celebrada en un estadio que suele usarse para hockey, Francisco meditó sobre el salmo que dice: “Mi alma tiene sed de ti, Señor, como tierra árida, agostada, sin agua”. En esa tierra donde gran parte del territorio es desértico, supo tocar el alma de un pueblo sediento de sentido, pero también de agua literal.
Francisco no estuvo solo en su defensa del agua como don de Dios y derecho humano. Sus predecesores ya habían abierto camino: San Juan Pablo II, en 1993, habló del agua como “un bien que debe estar al alcance de todos”, y Benedicto XVI subrayó que “la gestión de los recursos hídricos no puede estar dominada exclusivamente por intereses privados”. Pero fue Francisco quien elevó este tema a una prioridad planetaria, conectando el agua con la justicia social, el cambio climático y la paz.
En tiempos en que el agua se mercantiliza, se contamina o se niega a millones, el mensaje del Papa Francisco resuena como un eco que no puede quedar en el olvido. Su legado nos invita a reflexionar acerca de lo que haremos, como humanidad, con este bien sagrado. ¿Cómo lo protegemos? ¿Lo compartimos? ¿Lo cuidamos?
Ahora, con la mirada puesta en el futuro, cabe preguntarse qué esperaremos del próximo pontífice. Quizás este sea el momento de imaginar un nuevo nombre, una nueva misión: un nuevo Papa del Agua. Un líder espiritual que, recogiendo el legado de Francisco, se comprometa a que nunca más un niño muera por falta de agua segura, que ningún río se transforme en cloaca, que ningún Estado vea el agua como arma o botín. El próximo Papa enfrentará sequías que su antecesor no vio en sus casi 12 años de mandato.
Francisco abrió el cauce. Nos toca ahora a todos, ciudadanos, empresas, gobiernos, iglesias y comunidades, que ese río no se seque. Que siga fluyendo, limpio, libre y justo. Como quería Francisco. Como merece el mundo.