Por MARINA KIENAST / Legisladora porteña por La Libertad Avanza

La educación en la Argentina atraviesa una crisis de adaptación que se refleja en las aulas y se resiente en los resultados de aprendizaje. Si bien existen esfuerzos de cambio y reformas, el sistema educativo sigue siendo rígido, centralizado y desconectado de las realidades del siglo XXI. Para que nuestros estudiantes puedan afrontar los desafíos de un futuro impredecible, es urgente replantear el enfoque educativo actual y avanzar hacia un modelo que valore la autonomía, la personalización y la flexibilidad.
El sistema educativo actual es un modelo obsoleto.
Hoy, el sistema educativo argentino se ve marcado por una estructura burocrática y homogénea que limita las posibilidades de adaptación a las necesidades particulares de cada estudiante. Las políticas centralizadas han creado un entorno en el que las escuelas, aunque se encuentren en contextos diversos, se ven obligadas a seguir los mismos lineamientos y métodos de enseñanza, sin poder responder a los desafíos y necesidades locales.
Es hora de cuestionar por qué seguimos manteniendo un modelo educativo que pone en primer plano el orden jerárquico del sistema, a comodidad del aparato estatal y no el bienestar y aprendizaje profundo de los estudiantes. En lugar de fomentar la creatividad y la capacidad crítica, el sistema sigue centrado en una enseñanza tradicional que premia la memorización y el cumplimiento de exámenes, en vez de incentivar el pensamiento independiente, el cuestionamiento y la resolución de problemas reales.
El futuro requiere una educación flexible y autónoma.
La educación que necesitamos no es la misma que hemos tenido durante las últimas décadas. Para que nuestros estudiantes estén preparados para los trabajos y los retos del futuro, debemos ofrecerles un espacio educativo que los invite a explorar, experimentar e investigar. Un sistema que fomente la curiosidad y el descubrimiento, en lugar de simplemente transmitir conocimientos estáticos. La solución pasa por repensar profundamente la estructura educativa y adoptar una visión que ponga en el centro la autonomía y la flexibilidad, tanto para los estudiantes como para las escuelas.
La descentralización es una de las claves para lograr este cambio. Las escuelas deben tener la libertad de decidir cómo enseñar y qué enfoques pedagógicos aplicar, dependiendo de las características y necesidades de sus comunidades. Este modelo descentralizado no solo potenciaría la capacidad de las instituciones para adaptarse a sus realidades, sino que también fomentaría una mayor participación de las comunidades educativas, mejorando el vínculo entre docentes, estudiantes y familias.
Es necesario cambiar la mentalidad: pasar del control a la confianza.
El cambio no es solo estructural, sino también cultural. La mentalidad de control, que aún predomina en muchos sectores del sistema educativo, debe dar paso a una mentalidad de confianza. Es imperativo que los docentes tengan más libertad para diseñar su propia práctica educativa, sin estar sujetos a normativas rígidas que no siempre corresponden con la realidad del aula.
De la misma manera, las instituciones educativas debe ser más flexible y menos burocrática. Eliminar las trabas que limitan la creatividad en la enseñanza y en la gestión escolar puede tener un impacto positivo inmediato en los resultados de aprendizaje y en el bienestar de los estudiantes.
Empatía hacia el futuro: visión global y responsable
Este enfoque debe ir acompañado de una visión amplia y empática hacia el futuro, que considere las implicaciones sociales, éticas y de equidad que la educación tiene para las generaciones venideras. La forma en que educamos hoy a nuestros estudiantes definirá qué tipo de sociedad tendremos en el futuro. Por eso, es esencial que abordemos la educación no solo como un proceso académico, sino como un compromiso moral y social, en el que las posibilidades para cada persona estén amplificadas y no restringidas por un sistema obsoleto.
Es necesario que como sociedad y como sistema educativo, abramos los ojos a la pluralidad de futuros posibles. El futuro no es una extensión simple del presente; es dinámico, diverso y lleno de oportunidades. La educación debe preparar a los estudiantes para que, en lugar de temer a la ambigüedad del futuro, sepan navegarla con confianza y creatividad.
Reformar para innovar
No se trata solo de una reforma del sistema, sino de una revolución educativa que recupere la capacidad de soñar en grande y de dar respuesta a los retos de un mundo en constante cambio. La innovación en la educación debe ser entendida como un proceso continuo y disruptivo que permita a las nuevas generaciones adaptarse a la transformación acelerada que enfrentan. Necesitamos ir más allá de las reformas superficiales y apostar por una educación auténticamente transformadora, que se potencie por la creatividad, la autonomía y el desarrollo de un pensamiento crítico capaz de entender y construir el futuro.
El momento de actuar es ahora. Los estudiantes de hoy merecen una educación que no solo los prepare para los exámenes, sino que los empodere para afrontar la vida con herramientas flexibles y valiosas. La única manera de garantizar su éxito futuro es liberarlos de un sistema educativo que los limita y darles las herramientas para que puedan diseñar su propio camino.