Por MARÍA EUGENIA TALERICO e IGNACIO BRACHT
La salida del Pacto del Futuro, el rechazo al wokismo y el alineamiento geopolítico del presidente Milei tienen mucha más nitidez y coherencia con sus ideales de libertad que su proclamada lucha contra la casta corrupta.
En efecto, la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS significaron la derrota de la izquierda revolucionaria y de su modelo político, económico y social. Solo Cuba y Corea del Norte se mantuvieron como piezas prehistóricas y el resto de los movimientos izquierdistas se reinventaron como “socialismo del siglo XXI”, agrupándose en nuestra región en el Foro de San Pablo y más recientemente en el Grupo de Puebla.
La nueva consigna de las izquierdas travestidas es llegar al poder, ya no por la lucha armada, sino por el voto popular, para luego dinamitar desde adentro el sistema democrático, alterando las reglas de la alternancia política, la división de poderes, la libertad de prensa y la transparencia, para permanecer en el gobierno a toda costa. Los ejemplos se van esparciendo y en nuestra región sus máximos exponentes son las dictaduras chavistas y la nicaragüense.
Asimismo, y alumbrada por ideas izquierdistas, fue surgiendo en un mundo de posverdad una nueva denominación de esos pensares llamada “el progresismo”, que identifica a esta nueva versión de la gauche mundial y regional. Es este mismo movimiento el que da nacimiento al wokismo, con su neolenguaje, su narrativa o relato, y una dinámica de malversación discursiva.
A la “lucha de clases” se la trocó por “colectivos” que alimentan la guerra de sexos, la creación de minorías identitarias y empoderadas como el movimiento LGTB+, el feminismo radicalizado, el movimiento trans, el lenguaje “inclusivo”, el veganismo inquisidor, la promoción del aborto, la eutanasia y la eugenesia como “derechos humanos”, por encima del primer derecho humano fundamental, que es el de la vida.
No obstante la metamorfosis de la izquierda, mantiene de su origen, su vocación por la confrontación y el totalitarismo, de la mano de Planned Parenthood, la principal multinacional del aborto, o el narcorrégimen criminal de Nicolás Maduro, da igual.
Se la pasan promoviendo rupturas con las identidades nacionales, su historia y tradiciones, elevando la premisa de los separatismos, como en España; los neoindigenistas en Hispanoamérica, y movimientos extremistas con Black Lives Matter en los Estados Unidos.
Usan distintas estrategias para dividir, enfrentar sociedades y socavar sus fundamentos morales, culturales, hasta religiosos, siempre y cuando afecten la cosmovisión occidental, cuna de la libertad.
Estos son algunos ejemplos de esta nueva realidad que hace flamear la izquierda reformulada desde lo cultural, cuyo objetivo no cambió de la originaria, pero que ahora se presenta como lo políticamente correcto, aunque es tan intolerante como la predecesora, canceladora del disidente, evasiva ante el debate de ideas, promoviendo el pensamiento único, las memorias democráticas históricas parciales, sesgadas, constructoras de relatos que dejan a un lado los hechos históricos y que, desde una supremacía moral autogenerada, descalifican como antiprogresista a todo aquel que las cuestione, siendo que “su progresismo” incluye a dictaduras sangrientas o regímenes dictatoriales que violan derechos humanos o financian al terrorismo internacional.
Lo curioso, paradójico y novedoso es que esta “nueva” izquierda es funcional y parte de las premisas que los poderes globalistas buscan imponer desde los centros de control mundial por medio de normas, reglamentaciones y paradigmas de aplicación urbi et orbi, hoy enunciados desde la propia Organización de las Naciones Unidas y sus organismos subyacentes, sean la Organización Mundial de la Salud, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), con agendas globalistas de neto corte totalitario en cuanto y tanto dictaminan e imponen políticas sanitarias, alimentarias, migratorias, ambientales, poblacionales, energéticas, pregonando el multiculturalismo, y la ecología como dogma de fe, sin atender contextos, desarrollo y coyuntura diversa de los distintos países del globo.
En resumen, nos indican qué podemos comer, qué política de sanidad seguir, qué podemos sembrar, cómo y en qué debemos movilizarnos, afectado las soberanías nacionales, donde el Estado-nación se convierte en un mero ejecutor de los mandatos que deciden los centros de poder mundialista, integrados por plutocracias económicas y financieras, grandes corporaciones, fondos de inversión, cadenas informativas, que constituyen los titiriteros de la gobernanza mundial.
Se da, así, una particular alianza entre las elites globalistas con el wokismo, donde gobiernos y fuerzas de “izquierdas” y de “derechas” se reafirman en el unificador credo de la Agenda 2030, ahora 2045 llamado “Pacto del Futuro”.
Los organismos internacionales, surgidos como una convergencia de naciones para el bien de sus miembros y el mantenimiento de la paz mundial, han pasado a ser burocracias supranacionales, imperativas y autoritarias que fijan los objetivos que, en la mayoría de las veces, avasallan las particularidades culturales, históricas, sociales y económicas de los países integrantes que deben acatarlos; de no hacerlo corren el precio de caerse del planisferio, pasar al rincón de los marginados de ayudas económicas y financieras para el desarrollo de sus comunidades. Una suerte de extorsión ideológica, so pena de recibir el Ostracon de la Grecia Clásica, pena más humillante que la de muerte.
A esto obedece el surgimiento en distintas geografías de fuerzas políticas nacionalizadoras o soberanistas (tildadas de “ultraderecha” u otros calificativos como fascistas) que cada día cobran más fuerza por negarse a aceptar el menú ya digerido por las elites globalistas y sus pretorianos de la izquierda woke que, desde los medios de comunicación, la universidad, fundaciones de todo tipo y color se acoplan en un solo fin: imponer la agenda común a elites e izquierdas del siglo XXI.
La izquierda fracasada y con su relato aniquilado por la verificación empírica del desastre provocado se ha reinventado y se unió de la mano con aquellos poderes que hace unas décadas eran el rostro del más depredador capitalismo y que hoy le pone alfombra roja al premier chino, Xi Jinping.
Estamos asistiendo, sin duda, a un fin de ciclo y el amanecer de nuevos paradigmas originales y controvertidos que responden y reaccionan ante los mandamases del globalismo y sus aliados del wokismo intolerante y supremacista, donde lo que está en juego va desde la libertad individual hasta la identidad de las naciones, sus tradiciones y modos de vida, en pos de una ingeniería social a nivel mundial que pretende imponer agendas que no resuelven los problemas de millones de personas, sino, por el contrario, las sumergen en un totalitarismo del número. La moneda está en el aire.