Por JOSÉ OCTAVIO BORDÓN / Ex Embajador argentino en Estados Unidos y Chile
Con el clima que se vivió en los días previos al acto electoral en Venezuela y las décadas recorridas por el régimen que preside Nicolás Maduro no puede sorprender lo que está ocurriendo. El entramado de autoritarismo, corrupción generalizada y concentración de poder militar y de seguridad en manos del Régimen hacían previsible el conflicto.
Las trabas que venía generando el gobierno venezolano a prestigiosas instituciones y países comprometidos con garantizar la transparencia y credibilidad del acto electoral se sumaron a las proscripciones, agresiones y dificultades que venían provocando a la oposición que, más allá de las mismas, había decidido buscar una salida democrática y en paz a la profunda crisis política, social y económica que ha generado la emigración de millones de venezolanos.
Cuando han transcurrido poco más de 48 horas desde el cierre del comicio se enfrentan dos realidades absolutamente incompatibles y tremendamente preocupantes. Por un lado, la confirmación y reconocimiento del triunfo de Maduro por parte del Consejo Nacional Electoral (totalmente controlado por el oficialismo) cuando aún no se había finalizado el conteo de las actas electorales y las pocas y limitadas voces de observación internacional electoral independiente expresaban severas dudas sobre la legitimidad y transparencia del recuento.
Por el otro, la convencida y movilizada actitud de la oposición, conducida por el candidato presidencial González Urrutia y la líder Corina Machado, que sostiene haber obtenido un amplio triunfo y que sustenta sus afirmaciones en los datos que tienen de las copias de actas electorales que han logrado rescatar, al tiempo que exigen una observación independiente que analice la totalidad de las mismas.
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Ambos sectores han convocado a la movilización popular. Ciertamente el oficialismo cuenta además de sus seguidores, con la potencial acción represiva jurídica (la Fiscalía General amenazó a quienes no acepten los resultados) y física de las fuerzas de seguridad y eventualmente de las Fuerzas Armadas. De no haber una rápida, legítima y concertada acción internacional la situación puede generar un baño de sangre con pronósticos muy graves para el pueblo venezolano y la democracia y la paz en la Región.
El régimen venezolano se enfrenta no solo al descontento y movilización de la oposición, que ahora cuenta con un firme y legitimado liderazgo en Corina Machado. También Maduro y los distintos sectores que componen la coalición de gobierno saben, con distintos matices, que han dejado de ser la mayoría popular que Hugo Chávez pudo construir durante tres lustros hasta su fallecimiento en el 2013, hace ya una década. Además el contexto regional se ha convertido en menos condescendiente para sus excesos.
No solo ha recibido la condena previsible de numerosos gobiernos democráticos de tendencia de centro y centro derecha de Latinoamérica, también el desconocimiento del gobierno socialista y democrático de Chile y la exigencia de un recuento de votos con confiable observación internacional (se ha mencionado al Centro Carter y a la ONU, que tuvieron parcial y limitada presencia) por parte de gobiernos democráticos de centro izquierda, como Brasil y Colombia.
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En América Latina solo han apoyado sin restricciones a Maduro los gobiernos de Bolivia, Nicaragua y Cuba y Honduras, acompañados en esa decisión por los extra continentales de China, Rusia e Irán. En EE.UU, Canadá y Europa prevalece un no reconocimiento hasta tanto se realice un recuento transparente y confiable del voto. Las declaraciones del Secretario General de las Naciones Unidas Antonio Guterres y las del Alto Representante de la UE Josep Borrell han ido con expresiones criticas y preocupadas en este mismo sentido.
En el actual escenario internacional de un “bipolarismo conflictivo pero no hegemónico” entre EE.UU y China, al que se le suman los sangrientos conflictos en Ucrania y Medio Oriente con sus graves riesgos de una escalada global y con implicancia nuclear, es necesaria de manera urgente una presencia firme y prudente de los principales actores regionales, que tienen prácticas electorales e institucionales democráticas y republicanas, para impedir que la grave situación venezolana desemboque en un desconocimiento de la voluntad popular y en negativas tensiones extra regionales.
La reacción del gobierno venezolano, y del presidente Maduro en particular, de una violencia discursiva interna y de intemperancia diplomática con gobiernos de distinto signos políticos genera pesimismo, pero también abre una estrecha ventana de oportunidad que no habría que desaprovechar.
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La OEA tiene baja influencia, pero sería positivo que consiga una resolución con alto respaldo que incluya tanto a los gobiernos que ya se han manifestado como a otros que también están exigiendo un recuento transparente de los votos. CELAC tiene baja institucionalidad y su Presidenta Pro Tempore, la presidenta hondureña Xiomara Castro, ha sido desautorizada por miembros del Grupo por sus declaraciones felicitando al presidente Maduro por su reelección. UNASUR fue disuelto y PROSUR, el supuesto sucesor, nunca pudo ir más allá de la creación con bajo apoyo.
La debilidad regional es evidente pero la actitud hasta ahora de Brasil y Colombia podría generar, junto a los países de la región que condenaron el proceso, un renacimiento del espíritu regional, más cercano a los logros tras las larga noche de las dictaduras regionales que a los desencuentros actuales.
Incluso el decaído Mercosur puede renovarse con sus miembros asociados en una presencia activa y consensuada de Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile, Colombia, Ecuador y Perú. La crítica firme pero constructiva y no agresiva de EE.UU, Canadá, países europeos, el secretario general de las Naciones Unidas y del Alto Representante de la Unión Europea pueden ser un apoyo extra región al liderazgo de nuestros actores regionales. No faltan propuestas en sentido similar por parte de instituciones y académicos, como la de nuestros compatriotas los profesores Daniel Zovatto y Juan Gabriel Tokatlian. Hay una esperanza pero no hay tiempo que perder. Se trata actuar con valores y realismo. La causa lo merece y lo exige.