Hoja de ruta para salir del laberinto

Por MARTÍN REDRADO / Economista

La mayoría de los argentinos habló fuerte y claro en elecciones libres y transparentes. El mandato de las urnas fue contundente: así no va más. Hay que cambiar. Pero las reformas que el país necesita son de tal envergadura que es imprescindible un amplio respaldo parlamentario para que su implementación sea efectiva y no sea la semilla de una nueva frustración.

La sociedad argentina no admite más fracasos ni dilaciones. Hay que actuar ya, pero hay que hacerlo bien.

Estoy convencido que para iniciar las reformas que el país demanda, el próximo presidente necesitará sustentarlas en tres pilares fundamentales: un plan integral con una visión estratégica de la problemática económico-social, un equipo profesional solvente, con capacidad de ejecución y leyes que lo sustenten.

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El flamante presidente Milei tiene la oportunidad de transformar las expectativas de los argentinos en una realidad concreta si propone un programa de estabilización y crecimiento, que establezca no solo el ordenamiento de las cuentas fiscales, sino también un sendero de desarrollo federal y productivo. Para lograrlo, debe presentar en sesiones extraordinarias un conjunto de leyes, en línea con las que se enumeran a continuación:

1. Nueva Carta Orgánica del Banco Central que elimine el financiamiento al Gobierno y garantice la independencia de sus directores, a través de la obligatoriedad de estar aprobadas por el Senado de la Nación.
2. Ley de estabilización macroeconómica que desindexe todos los incisos del presupuesto con un horizonte de cuatro años, reduciendo a la mitad de la nominalidad, en cada uno de los períodos parlamentarios, junto con rendición de cuentas trimestrales de cada ministerio a una comisión tricameral formada con la finalidad de realizar un firme control de gestión.
3. Reforma de la Administración Pública. Revisión, una a una, de cada repartición del Estado, tanto centralizada como descentralizada, con un criterio de presupuestación base cero, es decir justificando cada uno de los gastos, sin tener en cuenta criterios históricos.
4. Ley de Modernización Tributaria y Laboral que amplíe la base imponible, disminuya la informalidad, simplifique la multiplicidad de tributos, para de esta forma bajar la carga impositiva.
5. Ley de desarrollo exportador, para reducir las retenciones en plazo de diez años, y eliminar toda restricción o cupo a nuestras ventas externas.
6. Ley nacional de infraestructura que establezca las obras necesarias para la integración productiva del país, a ser financiadas por organismos multilaterales de crédito durante el periodo 2024-34.
7. Ley de Energía y Minería. Teniendo en cuenta dos megatendencias globales que tales como, la transición y la seguridad energética, establecer la libre disponibilidad de divisas aplicable a un porcentaje de las exportaciones de estos sectores. Si además estas inversiones se realizan en el marco de acuerdos país-país gozarán del mismo nivel jurídico de la Constitución Nacional. Esto le brinda una seguridad jurídica superior que permitiría atraer inversiones de largo plazo.

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Si nos animamos a más, y somos capaces de pensar en las generaciones venideras y no en el interés partidario actual, propondría también una ley de innovación productiva, una ley de empleo Pyme, un acuerdo federal de armonización impositiva, una política agresiva de apertura de nuevos mercados con acuerdos internacionales estratégicos, entre otros.

Hay que empezar a recalibrar la brújula de la confianza y la previsibilidad.

Debemos balizar el camino del progreso y el desarrollo, y empezar a desandarlo juntos, sabiendo que será difícil, pero posible. Esta hoja de ruta puede ser ampliada y corregida, pero debe mantener el eje conceptual: estabilizar y desarrollar el país en forma sincrónica.

La economía, como las sociedades, son un sistema complejo interconectado. Cada eslabón de la cadena termina afectando al siguiente. Por eso es indispensable que la política económica y social vayan de la mano y obedezcan a un enfoque integral para que éste pueda ser exitoso y sostenible en el tiempo.

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No podemos permitirnos más parches ni improvisaciones.

Fracasó la idea de licuar el gasto público para bajar el déficit, fracasó la lógica de quitar crédito al sector privado para redirigirlo al sector público, fracasaron las restricciones a las importaciones para retener reservas.

Hemos gritado “basta”, y los argentinos no sólo pedimos un cambio, sino que además exigimos soluciones para que mejoren nuestra vida cotidiana, tan castigada desde hace años.

Debemos entenderlo de una vez: no estamos condenados al éxito ni al fracaso. Estamos en un laberinto producto de años de estancamiento, despilfarro y falta de planificación. Pero sí tenemos arreglo.

La salida no está en Ezeiza, está en el talento y en la capacidad de trabajo de cada argentino que quiere vivir mejor y sabe que el futuro depende de que esta vez hagamos las cosas bien.

No es hora de mesianismos ni de recetas mágicas. Argentina está primero.