Por RODRÍGO ESTÉVEZ ANDRADE / Coautor del libro “Ahora Alfonsín”
A días de cumplir dos años al frente del gobierno, el presidente Raúl Alfonsín habló en el salón de convenciones del predio porteño de Parque Norte el 1° de diciembre de 1985. “Convocatoria para una convergencia democrática” fue el título elegido para un discurso matinal inesperado, enmarcado por el recambio de autoridades partidarias de la UCR.
El ámbito era el mismo donde se había proclamado el binomio Alfonsín – Martínez, un corto viaje que iba desde la noche de invierno del 83 donde todo era un quimera al domingo nublado del 85 donde todo parecía posible.
En el medio, la burocracia partidaria se consolidaba con la elección de un presidente muleto, Edison Otero. Un cardiólogo de Avellaneda que era presidente provisional del Senado y fungía de tapón para los que soñaban un trasvasamiento generacional de la mano de la Junta Coordinadora Nacional.
Ambo claro, camisa y corbata al tono fue el vestuario del chascomunense que calzó gafas y arremetió por casi dos horas con la lectura de 87 carillas. Unos tres mil militantes que habían llegado en autos y micros debieron silenciar los bombos y redoblantes porque el tono de la exposición fue pausado y analítico.
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Ese año, el cine había asistido al fenómeno de público de La historia oficial (bajo la dirección de Luis Puenzo) que llevó casi 900 mil espectadores a las salas. Cuando en el otoño de 1986 trajo el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, el film superó el 1,7 millón de tickets. Entre los títulos globales, Wim Wenders y su “París, Texas”, y Brian de Palma con su “Doble de cuerpo”, marcaron la diferencia.
El discurso fue extensísimo para los que querían escuchar al orador de la tribuna encendida. El militante no tiene dimensión histórica porque siente que es la historia misma, esa intensidad es su drama. “Ojalá” era el himno de esos días, escrito por el cubano Silvio Rodríguez. El nuevo Alfonsín de “la mirada constante, la palabra precisa, y la sonrisa perfecta”, ahora era presidente. La democracia no le daba respiro, se sentaba, acomodaba papeles, leía y aleccionaba.
Sin embargo, atravesaba un cuarto de hora inmejorable, Plan Austral, inflación a la baja (1,9 por ciento en noviembre), perpetuas a Videla y Massera prontas a salir, primera renovación parlamentaria con triunfo en veinte distritos… Y un nuevo peronismo, el de la renovación, al que un sector del periodismo identificaba como “la cafieradora”, para acoplarlo a los vientos epocales.
Un gobierno en marcha que se permitía el derecho a ser generoso. El entusiasmo generalizado detrás del vallado se corporizaba en los tres dedos alzados y sostenidos detrás de una idea fuerza, la del tercer movimiento histórico. Ya habían pasado Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón.
Alfonsín, después del abrazo de Gaspar Campos, daba la talla del líder que venía a liderar la democracia que cicatrizara las heridas entre las dos grandes carpas políticas. Y también abría sus puertas a los sobrevivientes del cisma radical de Tucumán, los desarrollistas y los intransigentes, abogaba por que se sumaran los socialistas democráticos y los social cristianos. Dejaba fuera de la convocatoria a las izquierdas y derechas extremas.
Aún no se sabía quiénes eran los carapintadas, pero el proceso electoral había estado signado por bombas y atentados a centros culturales, cines, escuelas públicas, y locales partidarios. Esa derecha en retirada intentó instalar el miedo. La “mano de obra desocupada” nucleó al menos a doce hombres que fueron acusados por el Ejecutivo, entre ellos el ex general Carlos Guillermo Pajarito Suárez Mason.
Argentina estaba conmovida también por la muerte de Irineo Leguisamo, el jockey uruguayo que había eclipsado el hipismo rioplatense. La zona sur del conurbano bonaerense había asistido a la inauguración del tren eléctrico de la Línea Roca que cambiaba la vida de cuatro millones de usuarios.
El embajador estadounidense y el titular de la Reserva Federal, Paul Volcker, habían recibido a la Confederación General del Trabajo en el Palacio Bosch. El PRODE de ese fin de semana repartía 2,5 millones de australes (3,1 millones de dólares).
Alfonsín esbozó su idea del pacto democrático. Señaló que se debía elegir entre ser protagonistas o “furgón de cola de las grandes potencias hegemónicas”. La idea de las naciones del sur postergado unidas en No Alineados seducía al radicalismo alfonsinista hacía tiempo.
Planteó construir una sociedad diferente, moderna, que transite sin traumas del autoritarismo a la democracia. “En esta nueva sociedad cada argentino debe sentir que posee poder de opinión, poder de decisión y poder de construcción”, puntualizó.
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Advirtió que la inestabilidad se trataba más de un problema cultural que meramente institucional. Audaz, detalló que “en esta labor de democratización subjetiva”, desempeñaban un papel importante “los educadores, los periodistas, los dirigentes de las organizaciones sociales representativas y los responsables de todos los medios de comunicación”.
Finalmente, dejó sembrado un trípode medular: democracia participativa, modernización con equidad social y ética de la solidaridad.
“El egoísmo ha sido caldo de cultivo tanto del autoritarismo seudo liberal como del mesianismo populista”, subrayó.
La modernización se llevó buena parte del discurso, rechazó tanto el “estatismo agobiante” como los “bastiones privilegiados” del sector privado. Criticó la violencia política y vaticinó: “vamos (…) hacia una experiencia continua y afianzada”. No se equivocó. Agregó que la inflación era “la otra cara de la violencia y la anomia”. Tampoco se equivocaba.
Indicó que “ya pasó la era en que se pudo llegar a creer que la felicidad del género humano estaba a la vuelta de un episodio absoluto”.
Revolución es una etiqueta que los historiadores ponen al cabo de siglos a un proceso prolongado y complejo de transformación”, concluyó, e invitó a “marchar juntos y lograr la unión de lo desunido”, en un claro guiño al peronismo.
Estos 38 años permitieron comprender que ese domingo se estaba gestando, en silencio y sin arrogancia alguna, la revolución de la continuidad democrática para los tiempos, y su artífice central estaba ahí.