Nuestra vida entera está atravesada por datos. Desde decisiones importantes como qué ciudad elegimos para vivir, hasta otras más triviales como por ejemplo qué zapatillas comprarnos. Cada vez son menos las decisiones que tomamos sin antes consultar los datos que hay al respecto.
Las reseñas de decenas o cientos de usuarios determinan muchas veces qué lugares elegimos para ir a comer, vacacionar, qué ruta tomar para llegar más rápido a destino o qué servicios contratar.
En la actualidad prácticamente todo está atravesado por datos, porque nosotros mismos nos hemos convertido en productores de ellos. Absolutamente cada acción que realizamos en internet, y muchas de las que llevamos a cabo en la vida “real”, quedan registradas y son almacenadas.
Estos datos son luego comprados por empresas o gobiernos, para mejorar, corregir y orientar sus acciones y así ofrecer mejores productos, servicios o políticas públicas. Hoy por hoy, la revolución de datos transformó y sigue transformando prácticamente a todas las industrias, a todas menos, tal vez, a la más importante, la Educación.
Mientras Meta mide cada milésima de segundo que un usuario detiene la mirada en una determinada publicación y Mercado Libre contabiliza cuantas transacciones se realizan a través de su plataforma por minuto, el Ministerio de Educación no puede determinar cuántos chicos abandonaron sus estudios, cuántos asisten regularmente a clases o cuál es el nivel de aprendizaje de un curso determinado.
Así como se lleva registro de la historia clínica de cada paciente, debería existir una historia educativa de cada alumno, de cada escuela y de cada docente. Tomemos como ejemplo el abandono escolar sin precedentes ocurrido durante la pandemia.
Resultó muy difícil, por no decir imposible, tanto al gobierno nacional como a los gobiernos provinciales, estimar el número exacto de chicos desvinculados con la escuela. Si una administración no sabe ni siquiera cuántos estudiantes dejaron la escuela, imagínense que mucho menos va a saber quienes son esos estudiantes, su situación familiar, qué motivo los pudo haber empujado al abandono y cómo hacer para que vuelvan.
La escolarización sin datos significa que el sistema no puede aprender sobre la marcha y mejorar lo que hace. Significa que las políticas públicas se aprueban o rechazan, sin basarse en evidencia y sin poder medir el impacto real que tienen en el ecosistema educativo. Significa que los estudiantes no están obteniendo el valor total de la inversión del país en la educación pública, porque se gasta mal y a ciegas.
Significa que el Estado no conoce a sus estudiantes y por ende mucho menos sus necesidades. Son muchos los países de la región que ya avanzaron hacia un registro digital con información de cada uno de sus estudiantes.
Algunos de estos países son: Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, México, Paraguay, Perú y Uruguay. Es hora de que Argentina avance en esa misma dirección. La razón es sencilla, si no conocemos a nuestros estudiantes, mucho menos vamos a conocer sus necesidades.
Quién es Diego Frangella, el nuevo presidente del Colegio de Corredores Inmobiliarios porteño
Pero si nos quedamos de brazos cruzados esperando a que los gobernantes de turno hagan algo al respecto, lamentablemente el futuro educativo de Argentina va a seguir siendo gris.
Como nos han demostrado incontables veces a través de sus acciones, las políticas educativas para ellos tienen poco rédito político, es por esto que este cambio debe surgir desde abajo hacia arriba, con una comunidad educativa fuerte, unida, dispuesta a asumir riesgos y ejercer la presión suficiente para que la educación esté en el lugar prioritario del cual no debió haber salido nunca.