Por MARTÍN BALZA / Ex Jefe del Ejército Argentino
En 1983 clausuramos una etapa de nuestra historia que el papa Francisco definió “como una de las lacras más grande que pesan sobre nuestra Patria”. Lamentablemente, aún hoy, algunos evocan “la epopeya y el proyecto nacional y popular de los ´60 y ´70”; y otros “haber defendido la civilización occidental y cristiana y salvado a nuestro país de las garras del comunismo”.
Estúpidas letanías paganas, para justificar la comisión de deleznables crímenes contra la humanidad. Matar en nombre de Dios es una blasfemia.
Al criminal terrorismo contra el Estado de las organizaciones armadas irregulares, los altos mandos de las Fuerzas Armadas (FF.AA.) mediante un golpe de Estado cívico-militar- con total impunidad- implantaron un terrorismo de Estado que, en su demoníaca respuesta, se marginó de toda la fuerza del orden jurídico vigente, y de elementales preceptos morales, éticos y religiosos, convirtiendo al Estado en criminal.
Uno de los mentores de ello fue el general Genaro Díaz Bessone, que manifestó: “El derrocamiento del gobierno en 1976 no fue la lucha contra la subversión (…) Nada impedía eliminarla bajo un gobierno constitucional (…) La justificación de la toma del poder por las FFAA fue clausurar un ciclo histórico” (Quiroga, H y Tcach, C, A veinte años del golpe, pág. 127).
Nada impedía continuar respondiendo con nuestras Fuerzas de Seguridad (Gendarmería Nacional y Prefectura Naval), Policía Federal y Provinciales. No puedo omitir señalar que más de mil dirigentes de los principales partidos políticos ocuparon cargos en ese gobierno dictarorial.
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En la década de los ‘90, las FF.AA., subordinadas al poder civil, respetuosas de las instituciones republicanas y de los derechos humanos, hicieron su autocrítica y pidieron perdón a la sociedad. El Ejército lo hizo el 25 de abril de 1995, al margen de cualquier conocimiento, orientación o condicionamiento del poder político.
Algo que fue valorado por medios y personalidades argentinas y extranjeras. The New York Times, en su editorial del 27 de octubre del ‘95, consignó: “Hace veinte años los militares argentinos personificaron el terrorismo de Estado (…) Hoy son profesionales y respetuosos de los derechos humanos y del gobierno civil. Es difícil encontrar militares en servicio activo que se identifiquen con los represores de la dictadura”.
En 2004, Eduardo van der Kooy, escribió: “La autocrítica se perdió en la inmensidad de los cuarteles (…) El Ejército, ni siquiera ahora, parece haber matizado su interpretación sobre los orígenes y las consecuencias de la Argentina violenta que se engendró en la década de 1970” (Clarín, 28 marzo).
Aquella autocrítica fue soslayada por ministros de Defensa y secretarios de Derechos Humanos. El 23 de septiembre, en Perfil, un alto funcionario, habló de “…la pasión de los milicos por la picana”. Pero el mismo medio, agregó:”… que la mayoría de los militares honestos, durante la última dictadura no participaron de delitos y muchos de ellos pelearon honrosamente en Malvinas, y ni que hablar de todos los militares actuales totalmente democráticos, que merecen el mayor elogio de la sociedad”.
Desde los´90, hasta hoy, prevaleció la vocación profesional , a pesar de operar, paulatinamente, con el presupuesto más bajo de la historia. En el 2020 se obtuvo un aceptable refuerzo para equipamiento (FONDEF), pero alcanzar el nivel operativo y logístico que tenían las FF.AA. a fines del siglo pasado demandaría más de tres mandatos presidenciales.
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El ex ministro Horacio Jaunarena, al respecto, afirmó: “…que las Fuerzas van a una paralización de las mayoría de las actividades (…) Y que se oculta el recorte de gastos (Clarín, 2 de septiembre, 2022). A pesar de ello, una encuesta de Poliarquía mostró que institucionalmente: “las FF.AA. tienen la imagen positiva más alta y los partidos políticos, la más baja” (Clarín, 20/9/2023).
El próximo 10 de diciembre un nuevo gobierno- sin líderes visibles- enfrentará una crisis real y explosiva en lo político, psico-social y económico, con duras garantías de gobernabilidad, con una vacilante política exterior, en un contexto mundial y regional imprevisible, que Émile Durkheim lo calificaría de “anomia política”.
En la Biblia, 40 es un número emblemático, aparece más de cien veces y representa el final de un ciclo y el comienzo de otro. Moisés estuvo 40 días en el monte Sión, donde recibió las Tablas de la Ley; y ese mismo tiempo permaneció Cristo en el desierto antes de iniciar su vida pública.
En tal sentido ¿no habrá llegado el momento de recordar que la palabra “reconciliación” expresa hoy el anhelo mayor de los argentinos? ¿Qué es un proceso a través del cual una sociedad se mueve de un pasado de división a un futuro compartido?
Significa también romper el círculo de la escalada de venganza, de odio, de rencor, del insulto y del desprecio. Y privilegiar- como decía Kant- “un elemento básico del ser humano en su condición de ser moral: el respeto”.
Dejemos de estimular las heridas de la generación anterior para que continúen supurando en la actual. Para ello, se necesita una conversión humana, profunda y espiritual. Es difícil ¡Pero no imposible!