Por CARLOS REGAZZONI / Ex titular del PAMI y dirigente de Juntos por el Cambio
La mitad de los niños que hoy están en la escuela vivirán más allá del año 2100. Las aulas son ventanas al siglo XXII. Allí el futuro nos lanza advertencias desde las miradas de sus protagonistas. Ellas nos obligan a pensar y actuar rápidamente, hoy.
Los datos crudos son que siete de cada diez niños viven en la pobreza, según un informe de Unicef analizado recientemente por la nacion. Uno de cada tres no come adecuadamente; y uno de cada diez pasa hambre. Hoy, su estatura progresa más lentamente que la de sus pares de Corea u Holanda. El 40% tiene sobrepeso, y la mayoría refiere realizar poca actividad física en la escuela. La salud bucal entra en niveles de calamidad. Muchos necesitan lentes, a los que no acceden; medicación para el asma, que solo recibe la mitad, o controles pediátricos, también escamoteados por ineficiencias del sistema. Los chicos pasan menos horas en clase que en Chile o Uruguay; 40% no alcanza el nivel básico de lectura o matemáticas; y uno de cada cinco no terminará la primaria. Si hay una misión histórica para nuestro país, esa es la de rectificar urgentemente el estado de la infancia. De otro modo, no solo arriesgamos la década; nos jugamos a perder el siglo.
Según la epidemiología es casi imposible bajar la mortalidad infantil o materna, reducir la mortalidad por cáncer o infarto, o promover la expectativa de vida más allá de los 78 años sin escolarización y nutrición adecuadas. En contrapartida, un nivel educativo competitivo es muy difícil de lograr sin nutrición y actividad física apropiadas a la edad. A su vez, los estudios muestran que un niño científicamente ilustrado en la escuela sobre los riesgos del tabaquismo, alcohol, abuso de azúcares, hipertensión arterial o adicciones propiciará un ambiente más saludable en sus familias, hoy asoladas por estas cinco epidemias. Otro tanto se debería plantear para la detección de afecciones de salud mental, ya en niveles insoslayables. Educación y salud están íntimamente unidas. Y exigen una estrategia conjunta.
El Estado y la política no pueden desentenderse de la situación de la niñez. Hasta los 10 años el 95% de los chicos están en la escuela cinco horas diarias, 170 días al año; en un edificio público, supervisados por un millón y medio de docentes, y alcanzados por innumerables políticas públicas. El fracaso no podría ser mayor. Frecuentes escándalos con comedores escolares, pérdida injustificada de días de clases e indecoroso adoctrinamiento agregan un ingrediente funesto al naufragio. El cambio requerido es entonces urgente y profundo.
Las escuelas deben convertirse en el eje de la estrategia para recuperar el siglo XXI. Para ello deben ser el lugar preferencial de controles médicos periódicos, programas de educación en salud, refuerzo nutricional, actividad física regular supervisada y promoción del control de factores de riesgo en el hogar. La educación en salud deberá mejorar también la situación de los mayores en la casa mediante la comprensión de los cambios de la vejez. Y todo esto debe ocurrir en la escuela por cuatro sencillas razones; no existe ningún otro recurso físico y humano comparable a disposición; los chicos están allí más que en ningún otro sitio público; esta podría protegerlos de la vergonzosa manipulación política de que muchas veces son objeto los programas sociales; y porque el bienestar general del individuo y de la familia hace a la misión educadora.
Experiencias en Bangladesh, Brasil, India, China, Indonesia, México y los Estados Unidos proporcionan bases para avanzar en una estrategia de escolaridad saludable. La OMS, Unicef y la OPS han hecho recomendaciones al respecto. Una profunda reasignación de partidas presupuestarias podría financiar su costo. Y el compromiso con los próximos cien años de la Argentina nos daría el impulso vocacional necesario. El futuro nos avisa, en la situación actual de la niñez, el desastre al que nos encaminamos de seguir igual. Arriesgamos el siglo.