Por SUSANA DECIBE / Ex Ministra de Educación de la Nación
Sobre llovido mojado, decían en mi pueblo cuando a una desgracia se sumaba otra sin mediar algún alivio. La mayor parte de la sociedad argentina reconoce que el Estado, tal como viene funcionando, solo sirve para quienes abusan de los privilegios que les genera su administración.
Dentro de Juntos por el Cambio muchos especialistas y técnicos en temas de gestión de servicios públicos nos concentramos a estudiarlos en profundidad para buscar soluciones sustentables. Pero de repente vino la inundación. Las PASO nos mostraron que el sufrimiento de gran parte de nuestra sociedad es muy profundo y que el mensaje de Javier Milei ha calado hondo en su indignación y búsqueda de horizonte.
La gravedad de ese mensaje es que sus ideas nos sacan del sistema democrático y republicano que tanto dolor nos costó conseguir. Su propuesta, que jamás se aplicó en ningún país, ni liberal ni comunista, descarta al Estado como el espacio de organización y administración de la sociedad, para consagrar el mundo privado, el Mercado sin ninguna regulación estatal, donde Milei supone que las personas, actuando según sus intereses, resolverían (¿pacíficamente?) los graves problemas que tenemos en nuestra vida cotidiana.
La primera pregunta que surge es ¿por qué suponer que esas personas serán decentes, solidarias, buenas y cooperativas para construir una sociedad mejor si son las mismas que hoy están en la política, en el Estado, en las empresas, en los clubes, en las iglesias, en las cárceles, en los barrios ricos y pobres?
Si somos todos nosotros quienes hemos llegado hasta aquí, con lo bueno y con lo malo, ¿cómo y por qué seremos y haremos mejores cosas si destruimos las instituciones que en el mundo se han demostrado imprescindibles para vivir en comunidad? ¿O Milei supone que él será el Dictador bueno que organizará ese infierno tan temido?
Claro que hasta que llegue a la sustitución completa del Estado por el Mercado, el ideario de Milei ofrece algunas estaciones intermedias para problemas mayúsculos como el financiamiento de la educación. Reflota una idea que merodeó en los ‘90 y que se pudo descartar porque hasta aquellos liberales entendieron que era impracticable. Hablo del voucher.
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El voucher, que consiste en darle a cada familia el importe necesario para que elija la escuela a la que desea enviar a sus hijos, suena atractivo para quienes vienen padeciendo malos servicios en escuelas estatales y para quienes pagan servicios privados, pero supone la existencia de un mercado transparente compuesto por todas las instituciones educativas, (estatales y privadas), una comunidad muy informada sobre la oferta y calidad de cada una de ellas, y el valor de una matrícula que incorpore todos los costos de cada institución, o al menos una parte de los mismos bien determinada.
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La propuesta presenta muchas debilidades:
1. No existe información sobre el costo de una escuela en diferentes modalidades de funcionamiento que haga posible la distribución de un voucher para cubrir sus costos.
2. Financiar la demanda supone privatizar todas las instituciones hoy estatales para integrarlas a un mercado privado donde ya más del 80% de las instituciones reciben aporte estatal en diferente escala. ¿Qué pasaría con esos subsidios?
3. Como no existe información pública sobre los resultados de la enseñanza en cada escuela, estatal o privada, nadie podría tomar decisiones con respecto a qué institución elegir. Si además el Estado no producirá esa información, ¿quién se hará cargo de garantizar la transparencia?
4. Si muchas familias eligieran un colegio determinado y este no pudiera albergar toda la demanda, ¿esa matrícula seguiría en un establecimiento “no elegible”?, ¿qué cambia con la situación actual?
En una visita oficial a Estados Unidos en los ‘90 tuve la oportunidad de indagar sobre estas cuestiones ante el Secretario de Educación de ese momento quien nos explicó que esa experiencia se había intentado a pedido de algunos grupos en pocos estados y solo mostró que promovía la fragmentación favoreciendo a grupos que por razones raciales, de nacionalidad o económicas no deseaban compartir la socialización de sus hijos en la democrática oferta del sistema norteamericano aún vigente.
Resolver los problemas que tiene nuestra educación se relaciona con garantizar su calidad y asegurar su financiamiento. La calidad implicará sostener en el tiempo programas de mejora de la enseñanza y de la formación y de los recursos de los docentes que están en las aulas.
El financiamiento hace imperioso determinar el costo real de cada escuela según poblaciones, situación geográfica y socioeconómica, según nivel de oferta y especialización, para armar cada presupuesto provincial con base en sus instituciones educativas y asegurar los recursos para cada una de ellas. Chile financia cada escuela según su matrícula.
Nosotros no podemos ni intentar hacerlo porque no tenemos ninguna información que nos permita averiguarlo. Es una “caja negra” que se supone financia mucho más que las escuelas. La revolución de financiamiento que hizo Margaret Thatcher en Gran Bretaña fue armar los presupuestos desde el costo real de cada escuela y descartar todos los gastos que representaran más de un “x” % del gasto administrativo entre el gobierno y las escuelas.
En muchos casos más que duplicaron los recursos de cada institución. Por eso no hay lugar ni para magia ni para dictadores. Solo cabe conocer y difundir la verdad de la naturaleza de cada problema, que son muchos y complejos, y acordar los caminos para su solución.