Por JORGE ARGUELLO / Embajador argentino en los Estados Unidos
Durante las próximas décadas, dos transiciones paralelas que afectan de manera transversal a todos los países, la digital y la verde, se profundizarán a niveles que acaso hoy resulten inimaginables.
Como se sabe, esta explosión de desarrollos digitales, en particular los de Inteligencia Artificial (IA), así como la adaptación y mitigación del cambio climático, son fenómenos globales. Sin embargo, sus impactos seguirán dependiendo del control, regulación, innovación y coordinación que consiga cada Estado.
Así que las decisiones del sector público, en articulación con el sector privado y la sociedad civil, serán determinantes para definir tanto las oportunidades como los riesgos y costos en términos de desarrollo.
La transformación digital es una nueva manera de producir, comerciar y consumir. El vector central de esta revolución tecnológica es la IA, que ya insinúa un impacto transformador en agricultura, transporte, seguridad, educación, finanzas, deportes, salud, industria, procesos judiciales e investigación científica. En toda nuestra vida.
Según el World Economic Forum (WEF), 803 compañías multinacionales esperan que en los próximos cinco años el 23% de los empleos a nivel global sufran cambios por la incorporación de las nuevas tecnologías en los procesos productivos.
La IA, en especial, presenta grandes desafíos regulatorios. La integración de esta tecnología en la sociedad plantea la necesidad de estándares éticos y compromisos sociales muy exigentes. Como explicó la secretaria de Comercio de Estados Unidos, Gina Raimondo, la IA supone desafíos asociados con la privacidad de los datos, su mal uso y la desinformación. La alarma se explica porque el ritmo de innovación de la Inteligencia Artificial es mucho más vertiginoso que el que conocimos con otras tecnologías.
Desde el propio sector de la IA lo advierten. San Altman, CEO de OpenAi, la firma desarrolladora de ChatGPT, reconoció ante el Senado norteamericano que la regulación será crítica frente a los riesgos de modelos crecientemente poderosos y pidió a su gobierno que genere una licencia de IA.
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La pregunta que ronda en este vértigo tecnológico en el que el propio ciudadano de a pie entró durante los últimos meses es ¿quién estará a cargo del desarrollo de las plataformas que serán un copiloto de nuestra vida cotidiana?¿Y de las empresas? ¿Y de las redes de seguridad de los países?
En paralelo al debate regulatorio está la discusión sobre la distribución de beneficios y costos de la IA. Formulado en los términos de hoy, los países en desarrollo deben esforzarse por encontrar un lugar entre los “AI makers”, partícipes de la creación de esta humanidad digital. De lo contrario, volverán a quedar relegados como meros “AI takers”, receptores de desarrollos que otros hagan en sus laboratorios.
La otra gran transición que estamos viviendo es la energética, como respuesta a la crisis climática y ecológica. El cambio climático es la mayor amenaza transnacional para la prosperidad y estabilidad del planeta entero, de países desarrollados y de países en desarrollo.
El 4 de julio de este año fue el día de temperatura global media más alta desde que se lleva registro, hace un siglo y medio. Los gobiernos deben prepararse para más eventos climáticos extremos y temperaturas récord en los próximos meses, avisó la Organización Meteorológica Mundial (OMM) En 2022, se cumplieron 50 años de multilateralismo ambiental, de la Conferencia de Estocolmo (1972) al Tratado de Escazú (2021). En las últimas tres décadas, hubo hitos de compromiso político y económico: protocolos de Montreal (1987) y Kyoto (1997) y Acuerdo de París (2016). Hubo otros convenios sobre manejo de residuos y químicos peligrosos, protección de la biodiversidad y recursos críticos para la vida. El mundo avanza hacia la transición energética: para la Agencia Internacional de Energía (AIE), este año será el de mayor expansión de las energías renovables a nivel global. Sin embargo, como advirtió el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU, las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando y “el ritmo y la escala de las medidas adoptadas hasta el momento, así como de los planes actuales, son insuficientes”.
Asistimos a una “triple crisis planetaria”: cambio climático, pérdida de biodiversidad y exceso de polución y desechos. Pero el análisis resulta incompleto si no se tiene en cuenta la cadena de desigualdades globales que se dibuja sobre ese escenario.
Así, se eslabonan diferentes cuestiones: la responsabilidad histórica de las economías más desarrolladas en las emisiones de gases, con la situación de los países que menos emitieron y emiten y son los que más se verán afectados por las catástrofes naturales resultantes, con el hecho de que los más afectados tienen menor capacidad para costear su adaptación al cambio climático. A esto hay que sumar que las comunidades locales y pueblos originarios que más lo sufren inciden poco en los espacios multilaterales de toma de decisiones.
Lo que está en juego en esta doble transición, digital y verde, es la posibilidad de una recuperación integral, inclusiva y sostenible que no distinga entre países.
Por eso, sencillamente, la perspectiva de las naciones en desarrollo para crear un orden mundial compartido y más justo no puede estar ausente en estas respuestas.
Los próximos años serán decisivos en la construcción de Estados, economías y, sobre todo, de sociedades resilientes frente a los cambios climático y digital en marcha. Ya no alcanza con prepararse: hay que dedicarse y empezar de una vez, y hacerlo también con el doble de decisión política que antes.