Por FEDERICO PINEDO / Dirigente de Juntos por el Cambio
n el siglo XIX la Argentina sentía una enorme necesidad de realizarse como un gran país. Empezó derrotando a los ingleses dos veces en las ciudades de Buenos Aires y Montevideo, continuó con los españoles y logró levantar el bloqueo anglo-francés en los años 40. Pero se gastó medio siglo en establecer un orden soberano, primero degollando sin descanso y luego escribiendo la paz, sellada por la Constitución de 1853, terminada de aprobar en 1860. Ahí dibujó la Argentina un plano de obra de unidad federal, pero además republicana, liberal y progresista. A sólo 20 años de terminar el siglo, finalizó nuestra guerra, al conquistar el Estado para nuestra soberanía jurídica y política a la Patagonia y al Chaco y al nacionalizar la ciudad de Buenos Aires.
Recién entonces, como entre 1806 y 1816, la política interna decidió expandirse hacia afuera, aunque esta vez su voluntad fue edificar un gran futuro sobre el poder económico. Para eso había que aumentar y educar la población (Sarmiento quería que fuéramos 100 millones en el siglo XX). Alberdi aportó que la educación principal era la de la vida y el trabajo y allí fuimos, con la cultura del mérito, el esfuerzo, el sacrificio y la superación personal, multiplicada por millones de familias; nuestras familias. Sobre la base de la libertad y del estado de derecho, en 1913 éramos la quinta economía del planeta y teníamos el podio mundial de las exportaciones por habitante.
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Aquel tiempo era el de la unión económica mundial de Europa. Europa era imbatible en todos los continentes, colonizaba África, la India, China. Una observación histórica indica que cuando las potencias son imbatibles afuera, se destruyen por dentro: el poder busca un freno, un equilibrio. Europa no se privó de ese camino y tan pronto como en 1914 y hasta 1945, destruyó su obra de civilización admirable. Hoy, tras la Pax Americana pero con un Occidente poderoso, Asia inicia sus ejercicios de elongación. En ese contexto, la Argentina debe nuevamente curar sus heridas internas, entender el contexto y atreverse a la expansión internacional de lo que es como nación.
Nuestra propuesta es empezar por lo básico: por nuestras instituciones valiosas y por nuestro barrio. Creemos que debemos ser realmente una democracia, respetar los derechos humanos, incluyendo los de la libertad, la igualdad y la propiedad, aferrarnos siempre, aunque a veces no convenga a nuestro grupo, al estado de derecho, a la división de poderes, a los jueces de la ley y no del poder. Empezar el camino por lo más cercano -sobre lo que tenemos influencia- y convencer a nuestros vecinos de integrarnos sin miedo y profundamente, para conquistar un espacio en el mundo más allá de los mares, Atlántico y Pacífico. Mantener nuestra región como “zona de paz” (y de progreso), rechazando el ingreso del conflicto externo.
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La próxima administración está para dar vuelta la página de la discusión económica del atraso argentino, que lleva 80 años. Cambiar la idea de sacarle al otro, por la idea de crecer juntos. Cambiar el modelo de sustitución generalizada de importaciones, por un modelo de agregado de valor para las exportaciones.
Los motores de la economía argentina y regional han pasado, milagrosamente, a ser globales. Es el mundo el que demanda que produzcamos y le vendamos alimentos de todo tipo (y ahí está toda la Argentina interior); energía (y allí están nuestras reservas de gas y las fuentes limpias); minería (y allí están las bases de la movilidad, el cobre y el litio); industrias del conocimiento; industrias culturales; turismo; industrias de punta (como la nuclear y la satelital); industrias especializadas dentro de las cadenas globales de valor. Se acaba la utopía de ser empleado por la política; se acaba la actitud defensiva; empieza el camino de la expansión y el crecimiento.
Una gran política exterior, occidental en los valores propios pero no en el colonialismo, ubicada en Latinoamérica, con confianza en nuestros pueblos, dejando de lado las utopías retardatarias y autoritarias de los caudillos tiranos y de los habladores desbocados, debe acompañar el movimiento.