Por CARLOS FARA / Consultor político
Existe un error habitual en los análisis socio-electorales, que es suponer que los votantes son un calco de su opción de voto, es decir, que demanda y oferta se identifican claramente.
Esto no siempre es así por dos razones: 1) a los electores los mueven cuestiones simbólicas que están más allá de lo propositivo y explícito (para desentrañar el fondo de la cuestión estamos los consultores); y 2) una opción no es necesariamente un enamoramiento, sino que también puede ser simplemente un descarte frente alternativas peores.
Cuando se analiza el fenómeno Javier Milei, por ejemplo, se deduce que una parte no menor del electorado se volvió libertario y que mecánicamente adhiere a sus propuestas, aún las más polémicas. Pero, no todos sus votantes apoyan sus dos ideas más conocidas. En un relevamiento en la zona AMBA, los sufragantes de Milei apoyan la dolarización en un 62% y el cierre del Banco Central en un 44%. Esto significa que se deben buscar las pistas de su motivación de voto en otras partes.
Al acceder a un tipo de investigación que permite bucear mejor en la profundidad de los disparadores, es muy claro que las privatizaciones tampoco hacen carne en el segmento de La Libertad Avanza. La mayoría visualiza a aquellas como un legado negativo del gobierno de Carlos Menem, dado que significó una pérdida del patrimonio nacional.
Por el contrario, prefieren una fuerte industria nacional que genere puestos de trabajo en blanco y bien remunerados. Eso suena más a un voto “trumpista”, que uno libertario. Una especie de “Make Argentina Great Again”. Se podría decir que esos votantes están “a la izquierda” del candidato.
Pero esto que pasa con Milei, en alguna medida también ocurre en el electorado de Juntos por el Cambio. Por eso no le ayuda a Mauricio Macri proponer que Aerolíneas Argentinas pase a manos privadas para sintonizar correctamente con el público opositor.
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Estos desajustes entre la oferta y la demanda hacen que parte del electorado no se sienta del todo cómodo con lo que opta en estos momentos, abriendo el interrogante respecto a si no podrían correrse a otro lado más adelante. También surge la incógnita sobre la eficiencia de las estrategias electorales de algunos candidatos, confundidos por la superficie del fenómeno.
Todo esto lleva a preguntarse entonces si realmente existe un corrimiento a la derecha del electorado, o simplemente un viraje a un centro moderado, tomando distancia de los excesos de intervencionismo (y fracaso al combatir la inflación) por parte del actual gobierno nacional.
A esta altura alguien podría preguntarse con lógica acerca del crecimiento de Milei y la competitividad de Patricia Bullrich, dado que el sentido común los ubica a los dos en el mismo cuadrante ideológico y de estilo de liderazgo. Pues resulta que los votantes de la precandidata a presidenta del PRO desacuerdan ampliamente respecto a esas dos propuestas claves que sostiene el libertario. No sólo eso, sino que tampoco coinciden mucho en cuanto a los perfiles sociodemográficos.
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Mientras que Bullrich recibe un voto mayor por encima de los 45 años, en sectores medios y altos, y claramente más politizado, Milei tiene su fuerte por debajo de los 30 años, es policlasista con una inserción envidiable en el sector popular, siendo un fenómeno no ideologizado y no politizado. Es decir, son bolsones de características bastante distintas.
Dicho esto, los equipos de campaña más el mundo de la política y los medios deberían mirar con más detalle qué es lo que pasa por debajo de la superficie y evitar simplificaciones que lleven a errores de apreciación y estratégicos. Dicho en términos futbolísticos, siempre hay que mirar dónde está la pelota y no solo dónde estás parados los jugadores. En este caso la pelota es la mayoría del electorado.