Por JORGE MACRI / Precandidato a jefe de Gobierno por Juntos por el Cambio
Cuando estábamos atravesando la pandemia, publiqué una columna de opinión donde rescataba un concepto que se remonta a la Asamblea del Año XIII. Al mandar acuñar moneda, la Asamblea estableció que se grabara el lema “En unión y libertad”, frase que hasta el día de hoy aparece impresa en todos los billetes circulantes.
La unidad y la libertad son dos valores fundamentales si queremos construir una república y convivir como sociedad organizada. Sin embargo, muchos tenemos la impresión de que, a 40 años de haber recuperado la democracia, ese contrato social, basado en el respeto a las normas y la igualdad ante la ley, se alteró. La cuestión es en realidad llanamente simple: la ley se cumple o no se cumple. No es algo optativo ni se puede cumplir un poquito sí y otro poquito no, manipulándola de manera arbitraria, según la propia conveniencia. El kirchnerismo siempre creyó en eso y, desde que recuperó el poder, no hizo otra cosa que buscar impunidad, cuestionar a jueces y fiscales o inventar teorías persecutorias como el lawfare o, lo que es tal vez mucho peor, ponerse del lado de los delincuentes abrevando en la doctrina garantista, que tanto deterioro ha causado en nuestra sociedad, al punto que las víctimas terminan siendo victimarios.
Difícilmente podremos vivir en unión y libertad si seguimos encerrados en esta versión decadente del progresismo berreta. El verdadero progreso tiene que ver con otros valores. Me gusta mucho cómo lo expresa el lema que forma parte de la bandera de Brasil: “Ordem e progresso”. Coincido con esta visión de una sociedad donde, para poder progresar, se necesita orden. El orden lo establece la ley y es responsabilidad de quienes ejercemos un cargo público cumplirla y hacerla cumplir, tal como juramos el día que asumimos.
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El kirchnerismo generó un gran desorden en nuestra convivencia. Creo que, en cierta medida, el cansancio de la gente de a pie no es solo el reflejo de la crisis económica sino, sobre todo, el hartazgo de sentir que todo da lo mismo, que da lo mismo levantarse a las 5 de la mañana para ir a laburar –con el riesgo de no saber qué te puede pasar en la calle– que cobrar un plan y sentirte con el derecho de cortar una calle porque no te lo aumentan; que da lo mismo trabajar en blanco que preferir seguir en negro porque si no, perdés el plan; que da lo mismo cumplir con la escolaridad de tus hijos que llevarlos a una marcha en la 9 de Julio y usarlos casi como escudo.
Los constantes ataques a la Ciudad, los cortes y piquetes, además de un caos de tránsito, generan que el derecho a manifestarse de una minoría ruidosa vaya en contra del derecho a circular o poder ir a trabajar de una mayoría silenciosa. Ese desorden no se revierte simplemente con “mano dura”; hacer respetar la ley requiere que los distintos niveles del Estado, Nación, Ciudad y Provincia, trabajen de manera coordinada, como ocurrió desde 2015. Tenemos la experiencia y decisión de hacerlo, y si los porteños me dan el honor de ser su Jefe de Gobierno, no tengan dudas de que será una prioridad para mi gestión.
Orden y progreso van juntos. Incluso si a la conjunción portuguesa “e” le agregamos una tilde, esta idea se refuerza: orden es progreso. El progreso social, la posibilidad de desarrollarse y crecer, van de la mano del orden que se expresa en un determinado marco legal; respetarlo nos permite convivir pacíficamente, y eso, sin duda, significa vivir mejor.
La gente está harta de vivir en el desorden. La inflación es desorden de precios; la inseguridad es desorden en las calles; la incertidumbre es desorden ante lo imprevisible. No hay manera de que Argentina vuelva a progresar si no hay orden, si no respetamos la ley, si no cuidamos a la gente honesta y laburante, al privado que quiere invertir y que genera empleo. No podemos seguir emparejando para abajo. Creo profundamente que los valores de la unión y la libertad se complementan con el orden y el progreso. Ese modelo de país es el que está en discusión en las elecciones de este año. Y confío en que, una vez más, la madurez de los ciudadanos de bien va a darnos la oportunidad de cambiar el rumbo y construir juntos el país que nos merecemos.