Por RICARDO LORENZETTI / Juez de la Corte Suprema de la Nación
Los argentinos nos hemos ilusionado muchas veces con propuestas de desarrollo económico y social, y también nos hemos desilusionado con su fracaso posterior. Se ha generado un ciclo donde todo lo que se promete hoy puede ser desarmado mañana. Problemas como la pobreza, la inflación, la inseguridad, la crisis educativa, o la falta de un ambiente de negocios razonable, no se solucionan, sino que se trasladan desde hace años y se agravan.
El escepticismo se acentúa cuando se observa el fraccionamiento político; una suerte de “big bang político” que dificulta aún más la situación. La vida cotidiana se ha vuelto difícil e intolerable, generando una verdadera grieta entre el pueblo y las instituciones.
Es un momento importante para el futuro del país y de las nuevas generaciones, y por eso debemos reflexionar sobre los incentivos que generan las instituciones para fracasar o para progresar.
Veamos brevemente los incentivos que llevan al fracaso:
El cambio permanente: Ulises se ató a un mástil para no caer en las tentaciones y así debe ser la ley (Elster), pero nosotros nos desatamos muy fácilmente frente a cualquier necesidad. Una emergencia, el deseo de permanecer en el poder, o un simple enojo hacen que cambiemos lo que dijimos o alterarlo. Esa conducta hace que los ciudadanos terminen pensando que la ley es un mero consejo, que uno puede dejar de lado por alguna razón subjetiva, o que hay quienes pueden vivir al margen de la ley porque no es igual para todos. La confianza desaparece y ningún plan económico o de desarrollo o de equidad social puede funcionar en el marco de la incertidumbre.
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La polarización sistémica: el conflicto es necesario y el consenso sólo es legítimo cuando es el resultado final de un entrecruzamiento de posiciones diferentes (polarización normal). El problema es que cuando gana un sector, quiere cambiar todo el sistema y ocupar todos los espacios (polarización sistémica). El que llega al poder trabaja para ocupar el ejecutivo, el legislativo, el judicial, las asociaciones gremiales, empresariales, los clubes de futbol, y cambiar toda la legislación, y cuando lo logra, se le terminó el tiempo y pierde las elecciones, con lo cual llega alguien que hace lo mismo, pero en sentido contrario. Se genera así una tensión en la que todos tienen capacidad de frenar al otro: la “vetocracia”.
En este sistema, el incentivo es prometer al electorado lo que probablemente no se va a poder hacer cuando se llegue al gobierno.
El gran desafío es cambiar los incentivos institucionales para superar el fracaso, porque está claro que el éxito no se logrará haciendo lo mismo.
Los principales conceptos teóricos para las soluciones son los siguientes.
Consenso democrático sobre reglas básicas dentro de las cuales se pueda desarrollar los conflictos sin desarticular todo el sistema: la independencia e imparcialidad del poder judicial (que incluye reformas importantes para mejorar el servicio); la autonomía del Banco Central; la protección de las libertades, de los derechos, de la propiedad y el contrato; la igualdad real de oportunidades, la tutela de los sectores más vulnerables, la ubicación regional, son cuestiones que no pueden ser discutidas con cada cambio de gobierno.
Ámbitos institucionales donde se traten políticas de estado que no dependan del sistema electoral. Es muy difícil solucionar problemas que implican costos inmediatos y beneficios de largo plazo cuando hay elecciones. Por ejemplo, la seguridad no puede depender de cada cambio de ministro. Es posible hacer una agencia profesional, donde participen oficialismo y oposición, las fuerzas federales, y se genere una política de estado permanente. Lo mismo es en educación, política poblacional y muchos otros temas.
Descentralizar las decisiones, creando esferas autónomas tanto en el área económica como política y social. Cuando las decisiones están concentradas en un lugar poderoso, del cual descienden, todos quieren llegar a ocuparlo. Ese sistema funcionó en siglos anteriores, pero en el siglo XXI los problemas son complejos, las expectativas sociales son urgentes y es imposible que los gobiernos centralizados las satisfagan. Por eso muchos países descentralizan y crean “locomotoras” de crecimiento. Argentina tiene varias regiones y actividades que pueden funcionar con un microsistema jurídico que les dé autonomía controlada y estabilidad prolongada.
Todo esto puede parecer un poco abstracto, pero es lo que se está discutiendo en el mundo y materia institucional y es lo que falta en nuestro país.
En recientes encuentros hemos propuesto diez programas de reformas institucionales que no podemos desarrollar aquí, pero es importante que entendamos lo que está en juego.
Volverá el desencanto si la apuesta es solamente a una persona.
Solo un “nosotros”, que cree una identidad común, una red de personas razonables que coincidan en algunas reglas comunes. De lo contrario, no va a funcionar: el partido no se puede jugar, los equipos quieren tener cada uno su reglamento, no respetan al árbitro y los jugadores están peleados entre si.
También se necesita una nueva narrativa, una esperanza de futuro, que, en mi opinión, surge del enorme cambio económico, social, tecnológico y ambiental que vive el mundo actual y que nos estamos perdiendo.
Nosotros por la Patria sería un buen nombre para que hagamos algo más que intentar sobrevivir en un barco que se hunde.