Por MARIO RIORDA / Politólogo
El sistema de partidos en Argentina está crujiendo. Hace más de un año que un escenario de tercios amenazaba a un bicoalicionismo inercial que siempre terminaba imponiéndose a nivel nacional. Esa amenaza, en los sondeos pre electorales, es una realidad cada día más probable.
Pensando en figuras presidenciables, la idea de liderazgos de mayorías se ve bastante lejana. De hecho, nadie (nadie de verdad) tiene diferencial positivo (más imagen positiva que negativa).
Entonces, aparece una estrategia bastante visible en quienes se erigen como protagonistas de la competitividad electoral, sea en quienes tienen chances de ganar o, incluso, en quienes hacen apuestas fuertes en aras de la victoria y se erigen como novedad de algún contexto en particular más allá de no saber si se llevarán la victoria. Esta estrategia tiene variantes, pero irrumpen con algunas características comunes en las elecciones a diferentes niveles:
A) Rompen con algo. La novedad es armar, rearmar o desarmar, depender poco del ritual cultural esperable de lo que venían representando hasta ese momento.
B) Se tornan experiencias bastante o radicalmente autónomas de articulaciones partidarias nacionales pasadas.
C) Se centran exageradamente en la persona que lidera la oferta electoral.
D) No está claro que, ideológicamente, tengan un apoyo de un electorado fácilmente identificable y del todo homogéneo.
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Algunas de esas variantes de cauces que son receptoras de la catarsis social, sea en la configuración nacional como en las elecciones provinciales, pueden ser:
-El cauce que arrasa. Es un cauce violento, brusco, torrentoso. Como un río de deshielo que, en parte, se desborda y corta rutas, inunda, se torna impredecible y arrastra de todo. No tiene planos por donde circulará efectivamente ni a donde desemboca, pero sí una potencia inimaginada. Una discursividad arrolladora que colecciona transversalmente pedacitos de la catarsis social, del descontento achacable a los que están -o estuvieron- en el poder. Es contra identitario. Desprecia el status quo del que no se diferencia, más bien lo insulta, se vale de su descrédito. Por ende, tracciona desde el enojo, más que de la ideología (que sí la tiene también). La gobernabilidad no asoma en sus planos. Con Javier Milei a la cabeza, este cauce es La Libertad Avanza. Y avanza de verdad.
-El cauce ampliado. Es la comprensión de la dificultad que se viene. Que un partido solo no representa mayorías ni garantizan gobernabilidad futura en caso del triunfo. Son como canales de riego que no existían, se construyen ad hoc y por necesidad. Pero son cauces calculados, pensados. Se presuponen virtuosos y su novedad es la aparición de diálogos impensables que sorprenden precisamente por eso. Se crean por la acción de liderazgos que bregan por el consenso, sea porque se lo tiene y este pudiera ser amenazado, sea porque no se lo tiene y hay que construirlo proactivamente. Son cauces de la diversidad, de la búsqueda de coincidencias desde la diferencia.
Para la continuidad, el modelo de construcción de “acuerdos acá”, que triunfó en Río Negro de la mano de Alberto Weretilneck; y el “Neuquinizate”, que posibilitó acabar con el ciclo histórico ininterrumpido más largo de un partido en el poder, liderado por “Rolo” Figueroa en Nequén, son casos emblemáticos que se mostraron eficaces para ganar pero sacudieron la modorra de los sistemas políticos provinciales. Son más que provincialismos, son articulaciones heterogéneas como alguna vez se gestó en Misiones el Frente Renovador para la Concordia con su “misionerismo”.
Es tan fuerte esta modalidad de cauce, como diversa en sus modos. En el caso de Santa Fe, desde la oposición, la gestación de un frente de frentes presupone la desaparición momentánea del histórico tripartidismo, al permitir que la oposición se una (Juntos por el Cambio y el Frente Progresista); mientras que en Mendoza pasa exactamente al revés, el bipartidismo se quebró, restaurando un sorpresivo tripardismo al romperse el oficialista Cambia Mendoza y surgir La Unión Mendocina aglutinando fragmentos partidarios diversos.
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-El cauce bien mantenido. Hay liderazgos provinciales que son parte de coaliciones nacionales. Pero a esos cauces, que también mantenían mucha discursividad y ligazón con esos espacios nacionales, se los controló. Se les hizo mantenimiento. Se garantizó que no tengan fisuras y controlaron su caudal. Se desconectaron de afluentes nacionales y solo irrigan localmente, provincialmente, controlando además que no haya desbordes vía campañas de reelección de baja intensidad.
Ahí sí se puede hablar de un provincialismo clásico, incluso con identidad partidaria que no se disimula. Son muchos los casos, citando como ejemplo los liderazgos de Ricardo Quintela y Sergio Ziliotto en La Pampa que habrá que ver si revalidan su cargo en breve.
La sociedad argentina está hastiada y enojada con el rumbo y la oferta actual de las dos coaliciones dominantes. El federalismo electoral argentino, como telonero de la elección presidencial, está preconfigurando una seria erosión al bicoalicionismo nacional en su largo, intenso y variopinto ciclo.
Finalmente, la elección nacional acompañada de las potentes vidrieras en ambas Buenos Aires, seguro terminará de configurar una oferta que confirmará -o no- la eficacia y perdurabilidad de estos cauces de la catarsis que están haciendo sucumbir al sistema de partidos.