Por MARÍA EUGENIA ESTENSSORO / Ex Senadora Nacional
Julia Bearzi tiene 47 años, un matrimonio feliz, dos hijos adolescentes y, como directora ejecutiva de la Fundación Endeavor Argentina, es una de las mujeres más influyentes en el mundo de los emprendedores y la innovación en nuestro país.
Con un entusiasmo contagioso y una figura imponente (un metro ochenta de altura, ojos alegres, amplia sonrisa y una frondosa cabellera castaña que enrosca por delante de un hombro), jamás podríamos imaginar que su vida ha estado atravesada, o más bien, casi devastada por la violencia política que enlutó a la Argentina de la década de 1970.
Julia Bearzi nació cuatro meses antes del golpe militar del 24 de marzo de 1976. Su padre, Luis Bearzi, militante montonero, fue asesinado en La Plata en noviembre de ese año por fuerzas de seguridad. Su madre, Graciela Quesada, fue secuestrada al poco tiempo en la vía pública con sus dos hijos pequeños, Mariano de tres años y Julia de un año y medio.
Larreta dio detalles del megaoperativo para prevenir el dengue
Muchas décadas después, supo que estuvieron detenidos en el centro clandestino La Cacha, uno de los campos de detención, tortura y exterminio de la provincia de Buenos Aires, comandados por el temible jefe de policía, el ex general Ramón Camps, y su cruento lugarteniente Miguel Etchecolatz.
Después de buscarlos desesperadamente durante meses, sus abuelos Vicente y Beatriz Bearzi recibieron un llamado anónimo. Les indicaron que “si querían volver a ver a los nenes con vida”, debían buscarlos en un determinado lugar sin decir nada a nadie.
“Muchas veces le pregunté a mi abuelo: ¿pero no sabés adónde fuiste? ¿No te acordás? No se acordaba”, me confió Julia durante una larga conversación. Desde ese momento ella y su hermano vivieron con sus abuelos. Su madre sigue desaparecida hasta el día de hoy; al igual que un hermano o hermana menor nacido en cautiverio y probablemente apropiado ilegalmente.
Conocí a esta joven cálida y vital en Endeavor, institución de la que soy una de sus fundadoras y que dirigí en sus primeros años. Julia asumió la conducción en 2016. Una noche, cuando regresábamos de una conferencia en la Universidad de Tandil, me contó que era hija de desaparecidos.
El Frente Renovador porteño insiste con regularizar a paseadores de perros
A raíz del impacto positivo que tuvo la película Argentina 1985 en la sociedad, y porque nuestra democracia cumple 40 años de vigencia ininterrumpida, Julia accedió a que la entrevistara.
-“Me gusta que la gente tomé real dimensión de lo que nos pasó, porque es algo que nos pasó a todos como argentinos, no solamente a un grupo”.
– “El problema es que los derechos humanos han sido tomados por un sector de la política”, señalé.
-“Sí, lamentablemente están en el medio de la grieta”.
El testimonio de Julia Bearzi es un aporte valioso en una Argentina que necesita hacer las paces con un pasado y un presente desquiciados, para poder encarar el futuro con más comprensión y esperanza.
“Yo tuve una infancia muy cuidada. Mi abuela se hizo cargo de nosotros por completo, su prioridad era que estemos bien. Yo la llamaba “mami”, aunque siempre nos dijeron la verdad. Pero nosotros estábamos entrenados a no hablar. Pensá en las dificultades, como no tener documentos y tener que ir a la escuela. Mis abuelos tuvieron que conseguir la tutela legal. Yo creo que ellos internamente durante varios años, y yo te diría que hasta entrada la democracia, estuvieron esperando que mi mamá volviera”.
“El horario de atención del Sanatorio Mendez se amplió a 12 horas”
-“¿Ellos sabían que tus padres militaban en Montoneros?” -“Tengo una carta que le escribe mi abuelo a mi papá y le pide que se vaya del país, que le daba las posibilidades para hacerlo, porque había que tener los medios. Mis padres eligieron conscientemente quedarse. Mi abuelo Bearzi era un prestigioso ginecólogo, profesor de la Universidad de la Plata y director de un hospital, cuando matan a mi padre lo dejaron cesante, por portación de apellido. Mis abuelos maternos, Enrique y Carlota Quesada, se fueron a vivir a Barcelona. Mi abuela trabajaba en salud pública y también se enteró que estaba en una lista negra. Le pidieron a mi mamá que se fuera con ellos, pero no quiso. Mi mamá no concebía su vida y su lucha sin sus hijos”.
Esta realidad incomprensible para nosotros fue muy bien retratada en la película Infancia Clandestina, basada en otro caso real. Es uno de los aspectos más difíciles de comprender para Julia, quien ya en democracia fue buscando no solo su identidad sino los rastros de sus padres y el paradero de su hermano menor. Para eso tuvo que bucear en las tenebrosas catacumbas de los expedientes judiciales y la historia política argentina.
-“¿Cómo hiciste para conciliar vidas tan opuestas, trabajar en Endeavor y testificar en la mega causa por los crímenes cometidos en los centros del Circuito Camps?”
-“Es una historia muy fuerte, por eso fui muy cuidadosa con quién compartía lo que vivía. Por otra parte, yo elijo trabajar en lo que trabajo porque estoy convencida. Siento que estoy en un lugar donde puedo generar un impacto positivo en el desarrollo. A veces me digo que esto era también lo que buscaba mi papá, en otro contexto, con otras herramientas”.
“Hay que cambiar el sistema laboral, hoy nadie se anima a tomar a un empleado”
En un país partido al medio, Julia se resiste a caer en la grieta. Ella sabe que el andamiaje jurídico que permitió esclarecer y condenar judicialmente el terrorismo de Estado comenzó con varios juicios impulsados durante el gobierno de Raúl Alfonsín en 1983. Sus abuelos recién denunciaron el asesinato de su hijo y la desaparición de nuera en democracia, ante la CONADEP.
“Yo no soy kirchnerista, pero soy agradecida, porque es un valor que me enseñaron en mi casa. Para mí la reapertura de los juicios con Néstor Kirchner fue fundamental para conocer mi historia, para poder procesar todo esto, para que estos tipos estén en la cárcel, para que se haya podido demostrar el plan sistemático de apropiación de bebés”.
Otra tarea durísima que enfrentó fue la identificación de los restos de Alicia Bearzi, hermana de su padre, que permanecía desaparecida desde los 70 como NN en una fosa común de Rosario.
-“Cuando la enterramos mi abuela de 96 años fue feliz. Fíjate cómo se puede resignificar la muerte”.
-“En esta historia también hay víctimas de la guerrilla, hijos como vos que no conocieron a sus padres porque fueron asesinados por los Montoneros o el ERP”, le comenté.
-“Las victimas somos iguales, no hay distinción de víctimas”, respondió sin dudar.
En un ensayo conmovedor que escribió recientemente para una clase de filosofía, encuentro una posibilidad sanadora, para avanzar: “Como hija de desaparecidos los sentimientos de amor, respeto y admiración hacia mis padres se entremezclaban a veces con la sensación, consciente o no, que la opción revolucionaria que siguieron trazó mi destino para siempre. Es un tema incómodo, conflictivo y difícil de tratar sin apasionamientos y que forma parte de una discusión mayor sobre la responsabilidad que les cupo a la juventud militante en la violencia y la derrota. Transité la negativa a identificarme exclusivamente como ‘hija de’ con la decisión de convertirme en individuo por mérito propio y no en función de mis padres: ser Hija para siempre no iba a funcionar. Nunca funciona. Algún día hay que crecer y cambiar de rol. La vida es el tango que se baila entre las circunstancias y lo que nosotros hacemos con eso…Así es que a pesar de los hechos que marcaron mi pasado, sentí la necesidad de vivir el presente y construir un futuro promisorio”.
Conocer nuestra historia, toda la historia. Hacer justicia. Compartir los rituales de la vida en común, los nacimientos, los entierros, actos sagrados que deberían unirnos. Algo que todavía los argentinos no hacemos a 40 años de recuperada la democracia.
Es lo que señala mi amiga Norma Morandini. Somos uno de los países que hizo más juicios y condenó a más represores en el mundo, y sin embargo en lugar de servir para reconciliarnos, estamos más divididos que en 1983. Comprender que la vida es la búsqueda de certezas en medio de la incertidumbre, la complejidad y las contradicciones no es fácil. Pero como demuestra Julia Bearzi vale la pena intentarlo.