Por LUCIANO LASPINA / Diputado Nacional de Juntos por el Cambio
El italoamericano Carlo Ponzi dio nombre a principios del siglo pasado al famoso “esquema Ponzi” por el cual se conoce a las estafas piramidales. Más recientemente, Bernard Madoff fue el más reputado gurú financiero en la sofisticadísima Wall Street de finales de siglo, hasta que una sucesión de eventos desafortunados llevó a que se descubriera su truco: había montado un clásico esquema de “estafa piramidal” apuntalado en una impresionante operación de marketing personal.
En un “esquema Ponzi”, el mecanismo funciona en la medida que todos crean que seguirá funcionando. Si nadie retira su capital, todos seguirán cobrando estratosféricos intereses dándose la “gran vida” gracias a la llegada de inversores incautos. Por eso en la teoría macroeconómica se denomina “Ponzi game” al caso de un gobierno que aplaza continuamente el pago del capital y los intereses de su deuda mediante la emisión de nueva deuda, abonando intereses sobre intereses.
La economía argentina navega en un equilibrio de estancamiento e inflación montado sobre esa lógica. La brecha fiscal, la deuda doméstica y del BCRA sólo se sostienen si asume la continuidad sine die de las actuales reglas de juego. La política económica del kirchnerismo funciona como una suerte de estafa piramidal donde “todo se mantiene funcionando” en la medida que “todos decidan” continuar con la parodia.
El razonamiento es simple. La economía convive con una brecha cambiaria récord de las que sólo se registraron en nuestra historia en los días previos a una maxidevaluación. Sin embargo, el esquema aquí se ha sostenido por años gracias a una sofisticada ingeniería de represión financiera y comercial para que los exportadores se resignen a liquidar sus dólares a un tipo de cambio artificialmente bajo en beneficio de los importadores, que pujan por todos los medios –algunos indecibles- para adquirir dólares al tipo de cambio oficial y vender sus productos al dólar “de mercado”. Este engendro macroeconómico se sostiene porque los exportadores, que ponen los dólares, no anticipan un cambio inminente de las reglas de juego.
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Lo mismo ocurre con la deuda doméstica. En 2023 vencen unos $17 billones equivalentes a 10% del producto. Eso no es todo. La deuda doméstica aumenta a ritmo exponencial pagando “intereses sobre intereses” como en el “Ponzi game” para financiar un fisco cuya deuda externa rinde 1.900 puntos de riesgo.
Durante el gobierno de Alberto Fernández la deuda pública tuvo un aumento récord: creció el equivalente a 83.000 millones de dólares en 3 años. Como era de esperar, este “festival de bonos” condujo a una crisis con epicentro en junio de 2022. Desde entonces, el BCRA se vio obligado a comprar deuda pública por el equivalente a 2 billones de pesos (2,3% del PIB) burlando los límites de financiamiento al Tesoro que fija su Carta Orgánica.
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A pesar de este panorama sombrío, la deuda local se viene “renovando” mediante sucesivos canjes de títulos que realiza el Tesoro. Porque la mayoría de los jugadores esperan que se sostenga el esquema de “represión financiera” (el cepo cambiario). Si eso ocurre, “nadie tiene a donde ir” con los pesos y por tanto “nadie sacará los pies del plato”. Es una solvencia fiscal atada con los mismos alambres que ahorcan a la economía, hundiéndola en una mega estanflación.
La deuda del Banco Central es otro ejemplo. El stock asciende a 10,5 billones de pesos, unos 55 mil millones de dólares al tipo de cambio oficial. Para tomar dimensión, los pesos que emite el Banco Central para abonar sus intereses duplican la base monetaria cada 6 meses.
En la práctica, la deuda del BCRA respalda y remunera los plazos fijos del sistema bancario, unos 10,2 billones de pesos aplicados en letras del Banco Central. No es un problema de los bancos, que están calzados y líquidos, sino de la política monetaria y también de los depositantes, sujetos al riesgo de licuación inflacionaria. Pero pocos esperan que el BCRA deba monetizar su deuda a corto plazo si se sostienen las actuales reglas, que son el “cepo cambiario” y un Banco Central dispuesto a seguir acumulando deuda “pagando intereses sobre intereses” como en el “Ponzi game”.
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El equipo económico entiende mejor que nadie cómo funciona el mecanismo. Por eso está obligado a “comprar tiempo” con medidas de alto impacto mediático y escaso sustento económico. Su máxima aspiración no es resolver los problemas, sino que el esquema soporte unos meses más. Preferentemente en un sendero de reducción de la inflación, con un doble objetivo: mejorar la performance electoral y entregar el poder bajo la creencia social que el rumbo económico “era el correcto” y que la causa de la crisis que se está gestando no es culpa del modelo económico del kirchnerismo sino de quien se anime a desafiarlo.
Una trampa que obligue al próximo gobierno a mantener las mismas reglas por un tiempo prudencial como para que el gobierno de Fernández y sus socios políticos no puedan ser culpados por los desastres que han ocasionado.
Por eso lo que realmente estará en juego en el año electoral es el final o la continuidad del actual modelo. Hoy ese debate no está saldado, ni dentro de la oposición ni dentro del empresariado. Y esto es lo que mantiene con vida un esquema perverso que subsiste en tanto y en cuanto sus reglas tengan chances de continuidad. Porque la continuidad es la piedra basal del castillo de naipes en el que está asentada la macroeconomía kirchnerista.
El gobierno aprovecha el desconcierto con la esperanza de llegar a la meta sin que nadie se anime a decir la frase fatídica: “el rey está desnudo”. Porque si esto pasa y las reglas comienzan a cuestionarse, el esquema caería por su propio peso.
Quebrar la decadencia argentina es posible. Sólo hace falta animarnos a salir de la jaula.