Por LUIS ARAYA CASTILLO / Director de Posgrado en la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad Andrés Bello (Chile)
Hoy en día las empresas necesitan desarrollar sus actividades con altos niveles de flexibilidad y adaptación, por cuanto operan en entornos que son cada vez más volátiles, donde cambian rápidamente; inciertos, en distintas direcciones; complejos, con muchas variables interviniendo; y ambiguos, cuyos escenarios son difíciles de predecir.
Por lo tanto, considerando que los entornos son dinámicos, las instituciones deben desarrollar los recursos, capacidades y aptitudes para mejorar su posición competitiva, diferenciarse de la competencia y ofrecer una propuesta de valor que no sólo satisfaga las necesidades de sus clientes, sino que también influya positivamente en sus intenciones de comportamiento, a saber, en la retención, lealtad y disposición a pagar.
Esto es relevante, por cuanto la turbulencia del entorno, caracterizada por cambios discontinuos e impredecibles, ha hecho que las compañías se alejen de una perspectiva de administración jerárquica tradicional, y operen con una estructura flexible que incentiva la participación de los colaboradores, y la implicación de éstos en los procesos de toma de decisiones y propuestas de mejora.
Las organizaciones deben desarrollar sus actividades con una mirada de gestión de personas y no de administración de personal, donde se busca que los colaboradores se autocontrolen y sientan un real compromiso con el proyecto institucional; al mismo tiempo que se confía en los trabajadores, permitiéndoles desempeñar distintas funciones y roles (los cargos no son rígidos), y se les evalúa en función de lo que aportan a la institución, y no del salario que reciben.
Considerando este contexto, es que las organizaciones deben desarrollar y potenciar distintos recursos, entre los que se encuentra la capacidad de aprendizaje organizativo, como un recurso intangible. El mismo, es una fuente relevante de competitividad, dado que los conocimientos que posee una empresa son producto de un complejo entramado social; y se puede convertir en un recurso estratégico en la medida que sea valorado, escaso y difícil de imitar y/o sustituir, como un factor competitivo difícil de adquirir por los competidores.
En el aprendizaje organizacional radica la identidad misma de la compañía, con lo cual se le facilita alcanzar una posición de liderazgo en el mercado y un desempeño superior. Y como recurso estratégico es un activo importante, por cuanto la capacidad de aprender y cambiar con más rapidez que los competidores es una herramienta de ventaja competitiva sostenible que promueve la creación de riqueza o valor agregado, estimula la innovación y es una fuente de heterogeneidad.
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Pero la gestión del aprendizaje organizacional es un desafío, ya que una parte importante de los conocimientos residen tanto en los individuos como en los diferentes equipos que conviven en la empresa, pero no pertenecen propiamente a ésta; por tanto, aun cuando el aprendizaje organizativo tiene su origen en el estudio individual, el proceso que conduce a su desarrollo no es tan simple como sólo sumar el aprendizaje individual de los diferentes miembros de la organización. Ello porque la capacidad de aprendizaje organizativo depende de los mecanismos y procesos de integración de conocimientos de las empresas y no del grado de conocimientos que poseen las personas y los grupos.
En efecto, las instituciones aprenden a través de las personas que las componen, y para esto adoptan estructuras, estrategias y sistemas de incentivos que estimulen el aprendizaje; al mismo tiempo que impulsan acciones tendientes a mejorar su capacidad de aprendizaje organizativo para favorecer el flujo de conocimientos dentro y fuera de la organización, así como que aquellas personas que lo poseen estén dispuestas a compartirlos con otras.
En dicho contexto, las empresas necesitan crear condiciones que fomenten la gestión del conocimiento, por cuanto mientras mayor es la capacidad de aprendizaje organizativo mayor es la probabilidad de implementar nuevas prácticas administrativas y, por tanto, de alcanzar resultados previstos y/o adaptarse a los cambios del entorno. Las compañías deben promover el aprendizaje individual, el de equipo y el organizativo, ya que este conocimiento mejorado se refiere no sólo a lo que la organización sabe hacer, sino también a lo que potencialmente podría llegar a ser.