La cultura y su impacto en los sistemas de educación superior

Por LUIS ARAYA CASTILLO / Director de Posgrado en la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad Andrés Bello (Chile)

Las instituciones de educación superior interactúan en un entorno de profundos y rápidos cambios, pero esto no se originó con la pandemia del Covid-19. Previamente, algunos países de Latinoamérica se enfrentaron a diferentes crisis, las cuales tuvieron como base el descontento de una parte importante de la población, en especial de las y los jóvenes, por la desigualdad económica y falta de oportunidades.

Entre los países que se enfrentaron a crisis sociales, se encuentran Chile, Colombia y Ecuador. También surgieron conflictos políticos, en países como Perú, Bolivia y Argentina. Otros países ya tenían crisis sociales, humanitarias, políticas o problemas de violencia, tales como Venezuela, México, El Salvador y Haití. En tanto que, en Centroamérica, Nicaragua, Guatemala y Honduras, por distintos motivos, presentaron un escenario problemático en términos de estabilidad y gobernabilidad democrática.

Esto explica que cuando se desencadenó la pandemia sanitaria, las desigualdades económicas y sociales de los países se hicieron presente y de manera aún más evidente, lo cual impactó en los sistemas de educación superior. Los países de la región, en mayor o menor medida, tuvieron -y en algunos casos aún mantienen- dificultades para que quienes cursan estudios superiores puedan recibir esa formación académica, ya que se presentan problemas con el acceso a las herramientas tecnológicas, disponibilidad de computadoras y conexión a internet, entre otras circunstancias.

Esta situación impacta en el bienestar social, progreso y productividad de los países, pues quienes provienen de familias con mayores niveles de ingresos, tienen mejor probabilidad de cursar y culminar sus estudios superiores, lo cual a su vez impacta en sus opciones de inserción laboral y por lo mismo disminuye la eventualidad que tienen de caer en un escenario de pobreza o extrema pobreza. 

Dado lo anterior, los países tienen el desafío de incorporar mejoras y reformas en sus sectores de educación superior, con el objetivo de que la formación presencial se pueda virtualizar al mismo tiempo que se resguardan los aspectos académicos. La oferta de las instituciones de educación superior debe responder a los desafíos del entorno, y, por lo mismo, impartir programas que se apoyen en la tecnología, cumplan con los estándares de calidad y se ajusten a las demandas del mercado laboral.

En este contexto, se hace imperativo un cambio en los paradigmas en los cuales se sostiene la educación superior, como por ejemplo el de la presencialidad. Asumiendo que la virtualidad llegó para quedarse, e independiente de cuando se pueda superar la pandemia del Covid-19, las instituciones de educación superior deben implementar cambios en sus procesos, formas y modelos educativos actuales; como también la manera en que estos se implementan.

De ser así, los cambios derivados de la pandemia sanitaria y de las otras crisis que se generaron en la región, no deben verse exclusivamente de manera negativa, sino también como oportunidades que pueden aprovechar las instituciones educativas para contribuir al crecimiento del sector de educación superior y con esto originar varios efectos positivos para el país. Ello se observa porque ahora varias instituciones de educación superior tienen las condiciones para atender a una población cada vez mayor de estudiantes, más diversificada social y culturalmente, a través de programas en la modalidad a distancia o en formato semipresencial, con lo cual se presentan opciones de mayor equidad, expectativas de movilidad social y disminución en las distancias de distribución de los ingresos.

Pero en este cambio de paradigma las autoridades gubernamentales y los tomadores de decisiones de las instituciones educativas se encuentran con barreras culturales que complican la creación de conocimiento como un elemento central para mejorar la calidad vida y progreso; que implica que los elementos culturales de los países dificultan el acceso al sistema de educación superior de nuevos tipos de estudiantes, y hacen más compleja la adaptación de las y los estudiantes, y también de las y los docentes, a una nueva forma de concebir el proceso de enseñanza y aprendizaje.

Una cultura nacional es un conjunto de valores, actitudes, creencias y normas compartidas por la mayoría de los habitantes de un país, los cuales son aprendidos y transmitidos de generación en generación. Existen dimensiones culturales que diferencian a los países, y que influyen en los patrones de comportamiento de las ciudadanas y ciudadanos.

Dentro de estas dimensiones se encuentra la distancia al poder, que explica cuan marcadas están las diferencias sociales en un país; en Latinoamérica se observan elevados niveles de distancia del poder y, por lo mismo, los gobiernos tienen que generar las circunstancias para que las y los estudiantes puedan disponer de las condiciones óptimas para cursar sus estudios, tales como el acceso a las tecnologías de la información y la disponibilidad de aparatos electrónicos. Además, estas instituciones deben procurar que personas que no tienen las condiciones económicas, pero sí el talento y deseos de superación, puedan ser parte del sistema de educación superior, con lo cual favorecen la equidad social y la superación de los círculos de pobreza.

Complementariamente, los países de la región son colectivos, lo cual implica que los ciudadanos se preocupan por si mismos y sus grupos cercanos -familiares y seres queridos-, y, por consiguiente, genera un impacto en los problemas que se presentan en los sistemas de educación superior. Considerando que las personas son individualistas, se les dificulta el autocontrol en el proceso de enseñanza y aprendizaje, lo cual afecta sus resultados académicos y por ende las tasas de titulación. Por tanto, las instituciones de educación superior tienen que establecer planes para que las y los estudiantes comprendan que en un escenario virtual de aprendizaje deben ser proactivos e implementar mecanismos de seguimiento y control individual.

Por otra parte, en la región se aprecia que los países son cada vez menos masculinos, es decir, que están menos diferenciados y marcados los roles que desempeñan los hombres y mujeres. Esta situación es algo que deben potenciar las instituciones de educación superior, ya que implica que los mismos programas de estudio -pregrado, educación continua y postgrado- se pueden ofrecer a diferentes personas, independiente de su género.

Junto con esto, los países latinoamericanos son adversos al riesgo, lo cual quiere decir que las ciudadanas y ciudadanos tienen temor de hacer cosas diferentes -lo cual se observa en menor medida entre las y los jóvenes-; teniendo presente esto, las instituciones de educación superior deben implementar acciones para que las y los estudiantes puedan hacer uso de las plataformas virtuales de enseñanza, y que no se resistan o experimenten sensaciones de estrés y/o ansiedad cuando realizan sus estudios en una nueva modalidad de enseñanza.

Además, las personas que viven en estos países tienen una orientación al corto plazo, es decir, buscan que sus deseos y anhelos se concreten de manera rápida, con lo cual las instituciones de educación superior deben modificar su oferta académica; es así que a nivel de pregrado y postgrado, las instituciones de educación superior deben ofrecer salidas intermedias, ya que con esto consiguen que las y los estudiantes acorten el espacio temporal de sus decisiones; por ejemplo, en las carreras profesionales se puede ofrecer como salida intermedia la obtención del título técnico de nivel superior, y en los programas de magíster esto se puede manifestar en la entrega de diplomados o certificaciones.

Los países han adquirido mayores niveles de indulgencia, lo cual es signo de que se respetan las libertades individuales -en la medida que no se afecte al resto de la población-; por tanto, las instituciones de educación superior deben comprender que sus estudiantes tienen inquietud intelectual y que no aceptarán como asumidos principios o supuestos de la vida o la sociedad; dichas instituciones tienen que generar las condiciones para que los estudiantes perciban que sus perspectivas y puntos de vista son tratados con respeto, y que sus opiniones y argumentos contribuyen al debate académico que se genera en las aulas de clases. Y, finalmente los establecimientos de educación superior deben hacer frente a personas que viven en países donde el dinamismo confuciano tiene cada vez menos importancia, es decir, de individuos que tienen menos respeto al valor de la palabra, el esfuerzo y el compromiso. Esto implica que las instituciones de educación superior tienen que implementar mecanismos para controlar las posibilidades de plagio o de otros tipos de acciones que no estén en línea con la ética que se espera de los estudiantes; y también del actuar de los docentes y del resto de la comunidad educativa.