Argentina irrespirable

Por SILVIA LOSPENNATO / Diputada Nacional por Juntos por el Cambio

Unos días atrás escuché a un médico señalar que desde hace meses convive con los efluvios de la muerte y, por primera vez, pude ponerle palabras a una sensación que me invade hace tiempo: la Argentina se volvió irrespirable y esa falta de aire va configurando la idea de que en este país no hay futuro.

Pero esa sensación de ahogo no la provoca sólo la muerte, la pandemia nos desnudó como sociedad y mucho de lo que vemos nos llena de tristeza. La desigualdad, que creció silenciosa y silenciada durante décadas, se hizo evidente e inocultable y aunque algunos se esfuercen por culpar de todo a un gobierno de 4 años, este proceso lleva más de 40 años.

El relato de la inclusión social se revela como una construcción discursiva que está muy lejos de la realidad para millones de argentinos que nacieron en la pobreza y que no han podido salir de allí.

La brecha educativa hizo que pasemos de ser uno de los países con mayor cantidad de estudiantes universitarios por millón de habitantes en la región, a uno que acumula, desde el retorno de la democracia, más de 70 días sin clases por paros docentes en la trayectoria escolar de cada uno de los estudiantes que terminan el secundario, objetivo que alcanzan sólo el 43% de los jóvenes de los hogares con menores ingresos.

Ese país se dio el lujo de seguir agrandando la brecha por el capricho político e ideológico del Gobierno Nacional de mantener cerradas las escuelas durante la pandemia, pese a que no había ni hubo evidencia suficiente para justificar esa decisión.

Desde hace más de 10 años, el sector privado no logra generar empleo y, sin embargo, es víctima de una cuarentena insensatamente larga que expulsó en sólo un año a más trabajadores formales que en cualquier otra etapa de la historia reciente.

A eso se suma la irracionalidad de un gobierno impotente frente a la inflación que para bajar el precio de la carne cierra exportaciones, para fomentar la liquidación de granos amenaza con expropiar empresas, y que aumenta exponencialmente los impuestos mientras se vuelve cómplice por omisión de la extorsión sindical que bloquea fábricas y celebra que grandes empresas abandonen el país.

Es verdad que la pandemia agudizó una decadencia que lleva varias décadas, pero tal vez hayan sido los efluvios de la muerte, el dolor de la desigualdad y los miles de sueños productivos desvanecidos los que nos están robando la esperanza de sacar el país adelante.

No queremos ser padres de emigrantes, pero si no nos secamos las lágrimas y peleamos por recuperar esa Argentina productiva, próspera, igualitaria, de clase media y movilidad social ascendente, no podremos pedirle a nuestros hijos que se queden acá para construir sus vidas y nuestro futuro.

Todavía estamos a tiempo. Nuestro voto decide, el poder sigue estando en nuestras manos.